52. Una historia que contar

1.8K 100 72
                                    

Capítulo 52

Una historia que contar

Me encontraba sumida en una abstracción profunda que me llenaba de pensamientos nada alentadores, que me entristecía de sobremanera y que me colmaba de una tristeza mayor a la que ya sentía. Podía notar el aire que comenzaba a mover mis castaños cabellos, los rayos de sol que calentaban mis brazos, y el sonido de los pájaros y animales cercanos. Sin embargo, nada de eso me liberaba de mis altibajos.

Alexander se encontraba a mi lado, con la mirada perdida entre la inmensidad de los prados, completamente callado ante las cosas que minutos antes me había contado. Él me había revelado su triste pasado y ahora yo me encontraba tan desanimada que ni siquiera me atrevía a mirarlo.

—Lo siento mucho —musité finalmente, alzando la vista hacia sus afligidos ojos verdes—. Nunca imaginé que hubiese pasado por algo tan triste... de verdad lo lamento.

Alexander asintió con la cabeza, tornando una amarga sonrisa a la vez que comenzaba a mirarme.

—Han pasado tres años, pero aún no puedo olvidarla —susurró con apenas voz—. Todas las noches sueño con ella, con su tierna sonrisa, con sus besos y sus caricias. A veces pienso que me volveré loco, que jamás podré asumir su pérdida, que en ningún momento podré respirar tranquilo al saber que no volveré a verla.

Suspiré con abatimiento, observando con gran tristeza al joven que hace semanas me rescató de las calles, que parecía fuerte y sin ningún tipo de temor, pero que ahora se mostraba frágil y desolado ante los recuerdos que marcaban su presente con dolor.

Alexander había perdido a su esposa. Ambos se habían casado muy jóvenes, muy enamorados al mismo tiempo, con un sin fin de planes en sus mentes donde pensaban en un futuro próspero y lleno de dicha para siempre. Eran inmensamente felices, no podían pedirle más a la vida, pero una noticia desoladora les desgració cada uno de sus días. La chica estaba enferma, su tiempo estaba contado y no había nada que pudiera remediarlo.

El joven de ojos verdes enviudó a los veintidós años de edad, quedándose completamente destrozado. Y ahora, a sus apenas veinticinco otoños, seguía hundido en la agonía de no tener al amor de su vida a su lado.

—Tú te pareces tanto a ella, Hanna —me sobresaltó de repente su voz—. Eres una chica tan dulce, tan bonita, tan entregada...

Tragué saliva ante sus palabras, desviando la mirada.

—No pierdas la oportunidad de ser feliz —me dijo en un susurro, inquietándome—. Tienes un novio que te quiere, que seguramente está esperando por ti, que puede darte la dicha que necesitas para vivir. No puedes negarme la tristeza tan grande que sientes al no poder verlo, no puedes mentirme. Sé perfectamente lo mucho que deseas estar con él, lo mucho que lo extrañas, las lágrimas que derramas cada noche por no tenerlo junto a ti —tomó mis manos, mirándome a los ojos—. Vuelve con él, Hanna. Hazlo antes de que sea demasiado tarde.

Llevé las manos hasta mis cabellos, acomodándolos hacia atrás mientras me sumergía en una oleada de pensamientos. Extrañaba a Mark con toda el alma, de eso no había la menor duda. Pensaba en él cada hora, cada minuto, cada segundo... en ningún momento me desprendía de su recuerdo. Una angustia inmensa abordaba mi pecho al sentir que lo había perdido, al despertar cada mañana y no ver sus hermosos ojos, al saber que jamás volvería a besar sus labios y que nunca más sentiría el roce de su piel que me llenaba de caricias.

Era un sufrimiento que me mataba día a día.

—Hanna —me llamó nuevamente el chico, sacándome de mis pensamientos—. Si tú quieres... ahora mismo puedo llevarte con él.

Un amor a ciegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora