El Ajedrecista

54 2 0
                                    

—El Susurrador

—Sois un bondadoso chico, o señor, u hombre, o podrías ser una dama dentro de una armadura, uno nunca lo sabe —dijo el ser que salió de la torre, tomando la forma de cientos de cuervos y luego materializándose dentro de una tormenta como un humano de piel blanca, lleno de cicatrices rojitas y delgadas, blandiendo una espada de jade. Su cuerpo iba cubierto de un abrigo negro largo, hecho de vapor. Vestía unos botines cafés, escamosos.

—¿Quién es usted? —dijo Metziri.

—Yo soy un buen amante de las frutas. A estas alturas deberías saber que las frutas te sirven para la salud. Que sirven para mantener tu cuerpo. Que te sirven para salvar a todos.

—Eso no responde muy bien la pregunta, pero hábleme más de las frutas. ¿Hay alguna que pueda detener la masacre de ahí? —dijo Metziri señalando a su aldea.

—Ya habías tardado un poco en preguntarlo. Si fuera tu ni siquiera hubiera preguntado quién soy yo. En fin, hay una leyenda sobre una fruta especial, un durazno, que podría salvarlos a todos, ¿la conocías?

—No, no sabía sobre ella.

—Pues vale. Te propongo algo, tú me ayudas a encontrar el durazno y yo a salvar a todas estas personas. Es decir, tú mismo buscarías el objeto que nos salvará a todos, y evidentemente nos salvarás, pero después de eso tendrás que ayudarme en algo, ¿te parece bien?

—¿A qué lo ayudaría?

—Eso te lo diré sólo hasta que hayas salvado a tu aldea y si se puede, a la Ciudad Celestial.

«Suena muy bueno como para ser real. Desgraciadamente, la tentación siempre me gana. La tentación me domina. Las ganas no me permitirán hacer más. Aceptaré. El será mi amo.» Pensó Metziri.

—Está bien, acepto —dijo.

—Espléndido. Yo supe que lo pensarías bien. Nadie puede evitarlo.

—Genial. Ahora dígame, ¿cómo puedo encontrar el duraznillo ese?

—Sólo necesitaremos subir a las colinas más al norte del bosque, y ahí hay un lugar donde se pueden encontrar. Seguidme.

Avanzaron en un caballo —el ser en uno especial hecho de sí mismo— hasta dar con las colinas que terminaban en barrancas, que a la vez llegaban al valle donde se erigía el castillo del Rey de Ciudad Celestial.

—Escúchame bien, bajarás por la cascada y me siento bastante seguro de que ahí hay un cofre donde está escondido un durazno, que deberás sacarlo y luego traerlo aquí. Desde este lugar tú lo levantarás y lo lanzarás a los caballeros que aparezcan. Con ello nos seguirán y estaremos listos para pelear contra Las Criaturas Del Mar...

—Claro, usted...

—Llámame Ajedrecista.

Aquí termina la cuarta parte de la historia en que ya no hay enigmas, vos sabéis lo necesario... ¿o no?


Publicado el 1 de enero de 2016.

El Ajedrecista Del DuraznoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora