-El mundo real-

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—Javier, ¿estás ahí? —preguntó Eileen, algo inquieta por lo del día anterior; Javier le dijo a ella que le gustaba para que despertara, y creyó que despertó por eso, sólo que después todos empezaron a cantar que Javier la amaba y él se puso rojo como tomate. Corrió fuera del salón y no fue a la escuela durante varios días.

El día ahora mencionado, Eileen estaba en su casa tratando de razonar con él, sobre que no había problemas, que no quería que su amistad se arruinara.

—Javier, hay algo que debo decirte. Si lo hago, creo que entenderás que no puedo seguir viva —en ese mismo instante salió de un portazo de su habitación con cara de preocupación.

—¿Cómo está eso de "no puedo seguir viva"? —dijo, histérico.

—Bueno, ya que saliste de tu habitación puedo decirte que eso es en parte falso. Puede que yo siga viva, pero no aquí, no como soy físicamente. Y quiero que entiendas que, si sólo te gusto por mi físico, te despedirás de mi muy pronto.

—Esto me tiene confundido, pero es cierto que no te quiero sólo por tu físico. Si, es parte de ti y por ello también me gusta, pero me gustas por tu forma de ser, por tu inteligencia y por tu somnolencia, porque eres tan risueña y sociable y tan ingeniosa. Porque a veces imaginas cosas grandiosas que no entiendo exactamente de donde las sacas. Porque adoras el color de la noche igual que yo...

—Javier, no sé si pueda seguir con esto. Tengo miedo de lo que me pase, y necesito tu apoyo, más que nunca. Así que dejémonos de tratar como seres humanos comunes. Abre más tu mente y confía en mí, ¿Sí? —en ese momento se oyó un grito sombrío, de alguien frustrado, que salió del mismo espacio que ocupaba Eileen en su mundo, aunque no precisamente de ella.

—Lo haré, con tal de que ese ruido desaparezca, y porque te quiero.


Publicado el 13 de diciembre de 2015.

El Ajedrecista Del DuraznoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora