Capítulo especial (Matías)

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Catalina había cambiado todos mis esquemas, había hecho que mi mundo tuviese nuevos colores, se tornara entretenido, alegre otra vez. Creí que la vida me daba una segunda oportunidad de amar.

Al principio me negué con todas mis fuerzas a creer que esto era amor, que esto podría llamarse felicidad, pues la vida me había arrebatado de las manos aquello que me hacía bien una vez y sabía que para mí no había cabida para un final feliz. Cuando ella apareció, con su inocencia, con su candor, con su particular forma de demostrarme el amor que sentía por mí, no pude resistirme a entregar lo que quedaba de mi alma a esa mujer, a Catalina.

Cuando decidí abrir las puertas de mi corazón tenía un miedo profundo, pues no quería dañarla y no me sentía capaz de amarla como ella se merecía, pero algo en mí me impulsó a intentarlo.

¿En qué momento me enamoré de ella? No lo sé. ¿Cuándo me di cuenta que la amaba? Eso es más sencillo de saber.

El día que la estaba esperando en mi casa, había decidido preparar algo especial para nosotros dos: una cena romántica a la luz de las velas, una noche de ensueño juntos para despedirnos de esos días en los que no nos veríamos por mi viaje.

Comencé a impacientarme porque no llegaba, miraba la hora y me parecía que ya era demasiado tarde, pero ella no quería que yo fuera y no iba a imponerme, pues no sabía qué podía estar haciendo.

De pronto una llamada interrumpió mi angustiosa espera. La noticia me dejó helado, no fui capaz de reaccionar por un instante. Instintivamente las lágrimas cayeron por mi rostro. No creí que volvería a llorar de esta forma por una mujer, no creí que volvería a llorar de angustia, de culpabilidad, de dolor e impotencia por no ser capaz de protegerla.

Tal vez siempre he sido yo el culpable de lo malo que ocurre a mi alrededor.

Verla en aquella camilla, removió los recuerdos de mi doloroso pasado, abrió las heridas que ya parecían cerradas. Fue entonces cuando me di cuenta de dos cosas: la primera es que por mi culpa sufren las personas que amo. La segunda es que sí, amo a Catalina.

Fue entonces también cuando comencé a cuestionar lo que quería para ella. Tenerla a mi lado, al lado de alguien que está tan dañado como yo, es quitarle las esperanzas de amar de verdad y ser amada de verdad por alguien que la merezca y no le haga daño como yo. Que si la amo realmente, debía permitirle encontrar la felicidad que tal vez yo no le podía dar.

Con esa idea fija, decidí terminar con ella y definitivamente fue en el peor momento en que lo hice, nuevamente demostrando que, en cosas de sentimientos, no soy capaz de hacer nada bien.

Me fui de su casa y el vacío fluyó nuevamente en mí. Catalina había llenado esos espacios vacíos de mi alma con sus sonrisas, con sus locuras de amor, con sus caricias. No había pasado ni una hora y ya la necesitaba conmigo. Realmente fui muy estúpido, ahora lo veo.

Tomé el avión y me fui al sur, pensando que la distancia podía aplacar el dolor de la separación, algo que jamás ocurrió.

Intenté mantener mi concentración en el trabajo, ocuparme de sobremanera para no pensar en lo que había hecho, en el error. Pero a cada segundo libre se venía a mi mente el recuerdo de Catalina, de sus ojos vidriosos llorando de dolor, del dolor físico por no saber protegerla y del dolor del alma por no ser valiente y querer conservarla.

Intenté llamar a Catalina para conversar con ella, saber si estaba mejor, el sentimiento de culpa no me dejaba en paz. Pero ella, orgullosa (y con justa razón) no aceptó mis llamadas.

Antes de venirme fui a ver a mi ex suegra para saludarla y al notar mi evidente tristeza y las enormes ojeras por mi escaso dormir, no me quedó más que revelarle lo que estaba viviendo.

La madre de mi mujer me conocía perfectamente, pues había vivido con nosotros en el momento en que se detectó la enfermedad. Cáncer, maldita enfermedad, pareciera que escoge a las mejores personas para torturarlas, para dejar a los demás con un vacío más grande que el mundo entero.

Ahora su madre veía en mí esa misma tristeza, aquella desolación que solo una vez había sentido.

―¿por qué todas las personas que amo tienen que sufrir tanto?

―Hay cosas en la vida que no tienen explicación, pero dime ¿qué piensas hacer?

―Alejarme, no quiero que sufra por mi culpa.

―¿Y no has pensado que ya está sufriendo por tu actitud?

―Ese dolor será por un tiempo, luego pasará.

―Si es amor de verdad, no va a pasar, no tan fácilmente. Además, la verás en tu trabajo ¿Cómo crees que se va a sentir ella?

Me quedo callado un instante, no había pensado en eso. Tal vez decida irse nuevamente. Mantenemos un rato el juego de preguntas y respuestas. Cada interrogante parecía ser más capciosa, hasta que logró dejarme en jaque.

―Tú la amas ¿Cierto?

―Sí.

―¿Y qué hiciste por ella? La abandonaste en el primer problema que tuvieron. No Matías, con el cariño que te tengo, déjame decirte que has actuado como un soberano imbécil. Las enfermedades, los asaltos, los accidentes no son cosas que pasen por nuestra culpa, no dependen de nosotros, simplemente ocurren y ya. No puedes pasar toda la vida culpándote de algo que le puede ocurrir a cualquiera.

―Pero si yo hubiese ido...

―Siempre hay peros. Aprende a superar los peros y a enfrentar. Sé precavido, tú podrías haber hecho algo para poder cambiar esa situación, estamos de acuerdo, pero ya ocurrió. Lo que debes hacer ahora no es abandonarla, sino más bien buscar la forma de protegerla, de no permitirle a la vida que te vuelva a arrebatar la posibilidad de amar, de ser feliz, porque, pese a todo, eres un buen hombre y mereces ser feliz.

―¿Y qué puedo hacer?

―Habla con ella, ve como solucionas esto. Pero si no vas a ser capaz de enfrentar con valentía los problemas que surjan entre ustedes, mejor deja las cosas tal cual están, no hagas daño con tus inseguridades pues, te lo aseguro, ese sí será un verdadero dolor.

Me despedí de ella y me fui al aeropuerto, pensando en lo que debía hacer y luego de meditar durante todo el viaje en las palabras de mi suegra, en los miedos que yo tengo tomé una decisión radical.

No quise buscar a Catalina en su casa, pues ya me había dejado en claro que tenía intenciones de olvidarme, pero antes de que pudiera hacerlo con toda libertad tenía que escucharme, tenía que hablar con ella.

La busqué en los pasillos, intenté que se generaran situaciones casuales que la obligaran a mirarme, a hablarme, pero nada. Estuvo evadiéndome todo el tiempo, ahora que más necesitaba hablar con ella.

La esperé, le di tiempo, no quise presionar, pero no estoy dispuesto a dejar que la vida se me pase tratando de buscar una simple conversación. Aunque tuviese que valerme de mi poder como su jefe, conseguiría que hablara conmigo, aún hay mucho por decir, aún hay mucho por aclarar. 



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Este capítulo no es para adelantar historia, sino para mostrar el punto de vista de Matías respecto de lo que ha estado ocurriendo con él. Mañana trataré de hacer lo posible por subir el capítulo que continúa con la historia, pero no prometo nada porque tendré un día muy ocupado, pero si no logro subir será el jueves a más tardar.

saludos


Hasta que me olvide de ti #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora