Veintitrés

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Mi corazón no bajaba su ritmo, continuaba apresurado. Comencé a morder mis uñas solo del nerviosismo. N había caso que pudiera concentrarme en trabajar, de mi mente no salían las palabras de Matías. ¿Qué pretende con esta conversación? ¿Acaso pretenderá dejarme en claro que entre nosotros nunca más va a ocurrir nada? ¿Estará arrepentido? Definitivamente no lo creo.

Me levanto, me siento, me vuelvo a levantar, doy vueltas por la oficina y no hay caso, no logro develar lo que Matías tiene para decir. Cuando se fue me dejó en claro que no pretendía estar conmigo pese a su supuesto amor. ¿Cómo podría creerle que me ama entonces?

Cuando son las cinco y media, decido acortar el tiempo que me queda de trabajo e irme al baño para arreglarme. Le pedí a Ximena que me prestara algo de maquillaje, pues yo no acostumbro a andar con nada de eso. Me maquillé lo mejor que pude, me coloqué unas gotas de perfume. No iba a permitir que me viera mal por su culpa.

Traté de demorarme, pues sabía que si volvía a la oficina la espera sería tortuosa. Cuando ya pasaban de las seis, decidí volver a buscar mi cartera, tal vez si tenía algo de suerte, Matías no estaría cerca y me podría ir sin hablar con él, aunque eso también era cobarde de mi parte. Tal vez es eso lo que tenemos en común y por lo que lo nuestro nunca funcionó.

Apenas entro a la oficina, mi mirada choca con unos hermosos ojos azules y me sonrojo al ver que ya me está esperando.

―Quedaste muy linda, pero tu labial se corrió un poco ―dice Matías.

Yo me quedo pasmada sin saber que responder. Matías acerca su mano a mis labios, también su rostro para mirar de cerca mi maquillaje y limpia lo que se ha corrido del labial. Comienzo a dudar de que realmente se me haya corrido, pues me miré bastante antes de salir del baño. Quizás es una estrategia suya para derretirme, para doblegarme y si es así, lo está consiguiendo, pero no se lo haré saber, estoy demasiado dolida con él.

―Vamos, tengo una reservación hecha.

―¿Reservación? ¿A dónde vamos? ―pregunto inquieta. Espero que no me responda que vamos a un hotel, aunque así como lo veo ahora, no sería tan mala idea.

―Vamos a un restaurante.

Mis pensamientos se ven algo frustrados. Al parecer realmente esta conversación va a poner punto final a lo nuestro.

En el camino me mantengo callada. El aroma de Matías me está torturando, invitándome a acercarme a él. Miro sus manos al volante y no puedo evitar recordar las veces que me han acariciado, que me han recorrido.

«¿Por qué tenías que echarlo todo a perder?»

―Llegamos ―dice Matías.

―¿Aquí?

―Sí.

Agradezco estar sentada para no caerme de espaldas, pues me ha traído al restaurante más caro de la ciudad. Siento que la ropa que llevo puesta no va acorde a la situación, pero al menos es formal.

Cuando entramos me quedo mirando a todos lados, anonadada con la elegancia del lugar. Todo es tan armonioso y glamuroso que me siento fuera de lugar, pero a la vez muy alagada por la elección de Matías. Pero no se lo hago saber, agradezco al menos haberme maquillado.

Intercambiamos unas cuantas frases respecto del lugar y lo hermoso que es, como intentando mantener cierto grado de cordialidad, mientras esperamos que nos atiendan.

―Catalina, como no quiero echar a perder la comida, vamos a pedir primero y luego que terminemos de comer vamos a conversar de lo nuestro.

―Escogiste un excelente lugar para acabar con todo ―increpo.

Hasta que me olvide de ti #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora