Episodio 2: Sueño hypneo.

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Link lloraba en silencio y Saria mantenía su mano en el hombro de su amigo. Diggs estaba algunas filas más adelante, así que no podían ver cuál era su estado actual de ánimo. Lo cierto es que el pobre tenía el corazón hecho una piedra rota, pero a él no le gustaba mostrar sus debilidades, por lo que mantenía su cara apática. Tampoco quiso mirar a su alrededor, no quería encontrarse con la preocupación de nadie; porque si lo hacía, no podría contenerse y su tensión saldría a flote, probablemente, en forma de lágrimas.

Fuera de la aldea Kokiri, en los límites de los Bosques Perdidos, aquella parte que se fusionaba con la gigantesca llanura, estaba Impa sentada en la rama alta de un arce. Ya no llevaba su armadura de la Milicia Real, sino que vestía con su traje sheikah tradicional: un mono azul con bordados dorados y el símbolo del ojo de su raza en el abdomen. En su frente se había dibujado el miamo característico ojo. La parte de las piernas eran pantalones anchos a modo de bombachos, toda la pieza de ropa se sujetaba por un lazo rojo que daba varias vueltas en el cuello de la joven y llevaba un cinturón rojo con dos grandes plumas escarlata y de extremos blancos. Como el mono era un conjunto que dejaba los hombros y brazos al descubierto, se cubría con un poncho negro de bordados amarillentos. Era ancho por la parte del cuello, de manera que Impa podía ocultar medio rostro en él. Su calzado consistía en unas chancletas de tela azul, sujetas a su pierna con una cuerdecita roja.

Por lo demás, nada cambiaba: seguía siendo morena y seguía llevando su larga trenza con un único mechón de flequillo.

Ella observaba el cielo iluminado de Hyrule, que se decoraba cona una hermosa aurora boreal, algo muy inusual para aquella época. A lo lejos de la luminiscencia seguían unos cúmulos negros, que se mezclaban entre sí y se hacían más grandes. Estaba claro que algo había cambiado en ese mundo.

Por otra parte, no podía dejar de pensar en Zelda. Se suponía que ella debía proteger a la princesa, ella era su guía y en ese momento no sabía ni qué le había ocurrido. Se sentía culpable por animar a la joven a ir a los Bosques Perdidos y por no poder defenderla de aquel misterioso humo negro. Por eso, había decidido renunciar a ser soldado de élite de la protección de la princesa. No se merecía ese título. Aunque, claro, en su carta de renuncia no especificó que la princesa había sido secuestrada. Luego, se estuvo preguntando si había hecho bien en guardarse el secreto.

Sin embargo, a pesar de su posible error, no podía quedarse de brazos cruzados; por eso había decidido que tendría que hacer las cosas a su manera, a la manera Sheikah. Miró con seguridad a la Región de las Tinieblas, vendándose sus manos con tela blanca. Juró que salvaría a la princesa, que la devolvería al castillo antes de que nadie se diese cuenta y que ella misma destrozaría a aquel que se atrevió a ponerle la mano encima. Algo se iluminó en sus preocupados ojos rojos.

De vuelta, en la aldea Kokiri, el Gran Árbol Deku, que seguía con su luminiscencia ancestral, decidió que tras muchos años sin hablar, ya era hora de hacer sonar su voz.

Una poderosa ventisca se formó a su alrededor y un aura verdosa se creó a lo largo de todo su ser. El pueblo kokiri dejó de cantar y admiró boquiabierto aquel espectáculo. Entonces, con un poderosísimo e imponente tono, el árbol habló:

Reclamo a los testigos de la rotura del Sello del Bosque que se presenten ante mí.

Link, Saria y Diggs abrieron mucho los ojos, no sabían qué hacer. ¿Deberían levantarse o quedarse sentados? Si lo hacían, el resto de la gente los mirarían y serían el centro de atención. El gigante luminoso que tenían delante quizás los regañaría y quién sabe lo que les pasaría.

The Legend of Zelda: Recovering the OriginsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora