Episodio 4: No se abandona a los amigos.

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Diggs recogía sus cosas para la misión que se le había encomendado. Desde que despertó de su prueba se había dado cuenta de que ya no podía seguir siendo indiferente a lo que ocurría a su alrededor. Llevaba la labor de ayudar al Héroe del Tiempo. Él iba a ser primordial en el rescate, o eso le dijo el ángel. Curiosamente, era el mismo que se apareció en la prueba de Link y, probablemente, en la de Saria e Impa también; aunque lo desconocía de momento.

Se había puesto una camisa blanca con un chaleco de color verde oscuro, a juego con unos pantalones del mismo color y, además, había reforzado su atuendo con una alforja bien atada. Se miraba al único espejo que tenía en su pequeña y acogedora cabaña de madera; luego de admirar su reflejo, cambiaba la vista hacia su hada.

Leaf era físicamente muy pequeño, igual que las demás hadas, pero llevaba en la familia de Diggs desde mucho antes de que él naciera y, su amable corazón era muchísimo más grande que el de otras criaturas físicamente mayores que él. Según susurraban los árboles, Leaf había sido encontrado por la tatarabuela de Diggs y, al parecer, desde entonces vivía con ellos, sin cambiar lo más mínimo. Otras hadas perdían el color al final de las vidas de sus dueños y se perdían en el bosque. Nunca más volvían. Allí, supuestamente, se convertían en luz y se unían a algún espíritu sagrado. Pero con Leaf eso no había pasado, él se conservaba como el primer día. No obstante, Diggs nunca se atrevió a preguntar por qué su hada era diferente al resto, a él sólo le interesaba que siguiera siendo su amigo.

Ese día, curiosamente Diggs tuvo la tentación de preguntar, porque pensaba irse de la Aldea Kokiri para no volver, sin avisar a nadie, ni siquiera a Leaf. Iba a irse en silencio para no involucrar a inocentes. Si nunca más iba a volver a estar con él, no estaría mal saber el secreto de su menudo compañero.

Sin embargo, en lugar de despertar a su amable compañero, que dormía apaciblemente en la almohada de su cama, decidió que preferiría vivir sin conocer el secreto. Despertarlo para preguntar supondría arriesgarse a que descubriera su plan. Por eso, cauteloso cogió una vieja capa con capucha y salió de casa sin hacer ruido.

Llovía a cántaros y, aunque no entendía cómo el fuego podría hacerse paso a través del agua, tenía la certeza de que el Gran Árbol Deku iba a desaparecer de esa manera. Al fin y al cabo, se lo había dicho el ángel. En su interior suplicaba a los astros que eso nunca llegara a pasar, pero siempre supo que los deseos y súplicas de su alma jamás eran escuchadas, por lo que ese día tampoco iba a ser diferente.

Con este pensamiento y cubriéndose con la capa, corrió por la villa y salió por un gigantesco tronco hueco que servía de entrada a esa mística aldea de la que tantas historias contaban los extranjeros.

Algunas habladurías charlaban sobre el destino, bueno, malo o neutral, que corrían los que se adentraban en los Bosques Perdidos sin saber por dónde debían ir; algunos relataban antiguas leyendas sobre un héroe que se crio allí sin nacer ahí y otros contaban las experiencias de personas que conseguían encontrar la Aldea Kokiri. La mayoría de los sucesos dichos estaban muy tergiversados, pero Diggs pensaba que eso era normal, porque, de todas formas, todas las leyendas habían sido contadas por espectadores y no por protagonistas. También sabía que la historia la escribían los vencedores, así que nunca llegó a creérselo completamente. Le gustaría escuchar también el punto de vista de los perdedores, pero ellos ya habían abandonado el mundo de los vivos hace tiempo.

Caminaba entre los árboles y agachaba la mirada cada vez que veía a un Skull Kid bailando entre los arbustos, sin percatarse de la presencia del elfo. Le producían escalofríos, por lo que escogía no tener ningún tipo de relación con esos seres tan curiosos.

The Legend of Zelda: Recovering the OriginsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora