Episodio 7: División.

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El ambiente caluroso del volcán se respiraba claramente. Las nubes amarillentas ya daban pistas de que los gases que salían por las grietas no eran precisamente saludables. Por la tierra sin apenas vegetación se paseaban una familia de lagartos. Tenían que recorrer un camino desde lo alto de la montaña hasta el pie de la misma, donde ya sí que había algo de pantas y donde se encontraba su madriguera.

De pronto, esa familia se vio sorprendida por la aparición de cierto individuo y, de hecho, aceleraron el paso al verlo allí parado.

Ghirahim tenía una pose orgullosa delante del filo de la garganta del volcán. Miraba el tobogán por el que habían caído (y salido) los héroes y Argorok (éste no salió). Desde allí podía admirar los restos de la batalla, la lava que ya había conquistado todo el túnel y, en consecuencia, se había comido la sala donde anteriormente había estado Volvagia durante años.

La superficie de esa piscina candente ya empezaba a cobrar ese característico color negruzco, como el de la ceniza. Era muy probable que algo de lava se hubiese colado en las otras salas del templo, pero no le importaba.

— Vaya... menuda suerte que han tenido esos mocosos... —murmuró hacia sus adentros. Espiarlos había sido fácil. Sólo necesitó una piedra con ojos para ver lo que hacían. Supo desde el principio el resultado de la "batalla" (y sí, entrecomillado, porque apenas tuvieron que luchar, ya que la lava hizo todo el trabajo). Sólo había vuelto para ver si conseguía sacar algún resto de Argorok, pero vista esa tumba infernal, iba a ser imposible—. Esto no le va a gustar... —concluyó, desapareciendo al segundo.

Región de las Tinieblas. Más allá de la neblina que perdía a los forasteros, cruzando el bosque y siguiendo las indicaciones de un viejo poste con direcciones, se elevaba una ciudad de estilo muy asiático. Sus murallas indicaban que era casi tan grande como la Capital de Hyrule. A diferencia con la colorida y viva ciudad aliada de la luz, ésta tenía un tono grisáceo, medio muerto. Sus habitantes eran muchísimo más escasos que los de la Capital y tenían una vida dura.

El cielo estaba relativamente despejado, pero el calor de sus rayos no llegaba a ninguna parte. Hacía frio y la humedad lamía todo lo que podía.

Muchos de los edificios estaban abandonados y los que estaban en condiciones eran pocos; la mayoría estaban colocados alrededor de la muralla que rodeaba al castillo. Este castillo era un conjunto de edificaciones entre las que destacaba una muy alta, con varios niveles y de estilo oriental. En esta última construcción, en una de las habitaciones, estaba Vio tumbado en una cama de matrimonio, tapado con una manta roja y suave.

La habitación tampoco daba mucho de sí. La madera crujía, el cristal de la ventana estaba sucio y congelado, la araña del techo conservaba dos únicas velas apagadas y, pegada a la pared había un armario de madera. No había ninguna decoración exceptuando el marco de una foto que no existía.

Cuando el héroe despertó, supo en seguida que estaba enfermo. Sentía el cuerpo frío y sin fuerzas, tenía la garganta seca y los labios rotos, le dolía la cabeza y notaba una presión aguda sobre su pecho, sabía que estaba sudando, mas era un sudor frío. Giró la cabeza con dificultad y observó de forma borrosa una ventana cuadrada. A través de ella solo podía ver el cielo de la tarde. Aunque se imaginaba que si se asomaba vería algo más que nubes paseantes, pero no le apetecía levantarse; su cuerpo no quería despertarse. ¿Dónde estaba?, ¿cuánto tiempo había pasado desde el último recuerdo que tenía?, ¿puede que estuviera en el hostal?, ¿puede que lo que vivió en el volcán fuese una mera pesadilla? Todas esas preguntas lo acosaban hasta que le doliese más aún la cabeza.

Escuchó el gemido de una puerta al abrirse, así que cerró los ojos y fingió que estaba dormido. El sonido de unos pasos por la crujiente madera que se acercaban lo pusieron alerta. Luego, quietud y silencio.

The Legend of Zelda: Recovering the OriginsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora