Prólogo

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El Santuario de los Dos Hermanos era un lugar deprimente y los rayos de la luna se escondían dentro de las gotas de agua de la reciente lluvia. La ya inexistente estatua de Hylia había dejado su rastro en el suelo. Bueno, más bien lo había hecho el charco de sangre de un cadáver que, de alguna manera, no estaba allí. ¿Cómo había llegado a esa situación? Algunas antorchas resistían prendidas como verdaderas supervivientes de su archienemigo, el agua.

Ghirahim llevaba un buen rato allí parado, sin sonreír y con el flequillo despeinado, protegido por su poncho rojo. Observaba aleatoriamente la marca carmesí y luego miraba hacia la pared-puerta que llevaba a la estancia "secreta" del templo, con todas sus decoraciones y su imposible de ignorar dibujo de aquellos dos chavales de leyenda.

De improvisto, su cabeza recordó lo que había pasado allí justo antes de que Zelda escapara de con White Link, que había aparecido allí por la magia de la diosa. En su memoria se reflejaban los hechos, intercalados con las palabras que le había dedicado Shadow hacía algunos años.

Primero, cuando apareció, se encontró a su dueño muerto en el suelo, cosa que lo dejó estupefacto. ¿Cómo era posible? ¿Quién lo había matado? Pensó en ir junto a él, pero la frialdad de las piedras le aconsejó que esperara.

«Ghirahim, tengo algo que pedirte», le dijo una vez Shadow.

Luego, la princesa Zelda salía del "cascarón" envuelta en luz y, por ende, no era aconsejable que una espada de la oscuridad se presentara, así como así, delante de ella. En fin, como buen espía, permaneció vigilando, sin salir de su escondite.

«Cuando... llegue el momento, White recuperará su cuerpo»

A continuación, la chica de vestido blanco abrazaba nostálgica y triste al muerto, acariciando su cabeza como quien roza a su familiar por última vez tras haberlo perdido en batalla. ¿Sentía la princesa compasión por Shadow? ¿Por qué la luz abrazaba a la oscuridad?

«Y yo tendré que volver al mío», le informaba su amo, que sonreía débil y con el color de la enfermedad en su piel.

La princesa se disculpaba por lo que iba a hacer en seguida.

«Este cuerpo no sobrevivirá mucho tiempo más, pero si lo congelo en el tiempo...»

Zelda se envolvía en luz y con ese destello en sus manos sanaba la herida mortal del joven.

«...podrá aguantar hasta que yo vuelva a él.»

Shadow abría los ojos, pero sus pupilas estaban apagadas y establecía contacto visual con la deidad, sin asustarse de la luz, como si fuera lo normal; pero solo hacía eso, no se movía siquiera. Seguía muerto en vida.

«Yo... necesito que...»

La intensidad de la luz aumentaba repentinamente y Zelda ponía la palma de su mano en el pecho de Shadow. Al fin parecía sentir algo, puesto que el chico se encogía de golpe y amargaba el rostro, dolorido y gritando. Se resistía, pero no tenía fuerzas para escapar. La chica lo miraba con pena. Era como si a un vampiro le hubiesen clavado diez mañanas soleadas de golpe. A medida que esa luz lo recorría por dentro, el humo negro tan característico del chico salía de su cuerpo y huía despavorido por una finísima abertura entre las paredes-puertas de la sala.

«Necesito que estés conmigo...»

Y de pronto, la luz se apagaba y así lo hacía el sufrimiento de Shadow. No obstante, dejó de ver a su dueño en brazos de Zelda. Para entonces, las ropas oscuras de Shadow habían perdido su color y habían adoptado el blanco de las nieves. El pelo del tono del carbón se había transformado en un rubio claro y los ojos del color de los rubíes había tomado el pigmento del mar. Un sentimiento de rechazo casi automático surgió en Ghirahim, que ya no reconocía a su dueño. Ese no era Shadow Link, ese era White Link.

The Legend of Zelda: Recovering the OriginsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora