CAP. 18: ¿Hogar, Dulce Hogar?

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Palermo, capital de la isla de Sicilia. Ese era el lugar que recordaba Angello desde su niñez. El inicio de la mafia italiana se había formado gracias a que numerosas familias se dedicaron a ello y lo heredaban como un oficio destinado. En especial la familia Strozi. Había servido desde principios del siglo XX, cuando la Cosa Nostra se expandía al mundo. Un lugar árido de muerte y bañado en sangre inocente para enseñarles a sus habitantes que el poder de una persona se definía en el control de sus destinos. Una guerra para obtener gloria, aunque ésta fuera amarga...

Caminaba junto al puerto que era despedido por el Sol hasta verlo al día siguiente. Pero no estaba muy tranquilo. Algo no estaba bien, como si lo siguieran de cerca. Una emoción de sentirse presa de sus miedos latía en su cuerpo. Sacó del bolsillo de su camisa una cajetilla de cigarros apartando sus dudas de una patada y se llevó uno de ellos a la boca para disfrutarlo y después dirigirse a la casa de su abuela, si es que todavía vivía.

...Nunca fue cariñoso con sus abuelos. Había perdido a sus padres desde su nacimiento y automáticamente lo acunaron como uno de sus hijos. A menudo imaginaba a su madre y les preguntaba por ella, pero siendo desconfiados ellos, le decían que era una mujer muy fuerte. Y Angello les volvía a preguntar: "¿Y cómo siendo tan fuerte, mi mamá murió, abuelos?", dejándolos sin respuesta. Pero cuando quería saber de su padre, los ancianos le desviaban la mirada o le sonreían nerviosos de la contestación: "Tu padre fue un hombre de fe". Angello no podía entender el significado tan profundo...

Se detuvo frente a una casona de arquitectura románica y escupió el cigarro, pisándolo y avanzando a la puerta de madera. Tocó y esperó. Se imaginó muchas cosas: tal vez su abuela ya había muerto o salió de Sicilia para buscarlo o se había quedado dormida en el sillón viendo la televisión o... otro motivo estúpido que para nada tuviera que ver con sus costumbres. Y se enfrentaba a otro problema: si la encontraba, ¿Cómo la abordaría? ¿Ella le confesaría todo de una vez o proporcionaría pistas falsas como siempre? Sólo podía saberlo si le preguntaba. No había otra opción.

--¿Quién es? –una voz masculina se oyó del otro lado de la puerta. Angello se acercó más a ella y le respondió casi gritando:

--Angello Strozi. Abra, por favor.

El portón se abrió ante él descubriendo que el viejo mayordomo de los Strozi aún vivía. Para el sirviente, fue una grata sorpresa recibir al señorito que tantos años había servido. Una sonrisa apareció en el rostro de ambos caballeros y Angello ingresó a la casona una vez que el mayordomo se lo hubo permitido. Sin más contratiempos, el joven preguntó ansioso:

--¿Y mi abuela? ¿Todavía sigue con nosotros, Mario? –los ojos del llamado Mario bajaron al suelo contestando su duda. No hubo más palabras sobre ese tema. No quería hablar y no lo hicieron. Para cambiar el ambiente, volvió a cuestionar. -¿Cómo has estado?

--Bien, signore. Cuidando la casa hasta que usted volviera a verla. Fueron las órdenes de su abuela antes de morir... ¡Pero no se preocupe! Ha dejado un testamento para usted. Se lo daré ahora mismo...

Avanzaron hasta la sala de la casa. "No ha cambiado nada...", pensaba al observar los mullidos sillones en los que se sentaba siendo apenas un niño. El mayordomo se retiró por unos momentos para más tarde volver con un legajo y dárselo a Angello. El italiano lo tomó y se sentó en uno de los sillones para leer el testamento de su abuela:

Palermo, Sicilia, Italia.

Yo, Caterina Strozi, en pleno uso de mis facultades mentales, dicto ante el notario de la familia que la casa, así como todo en su interior, la dejo en propiedad de mi nieto Angello Strozi. Bajo la ley de Italia dejo estipulado que el mayordomo de la familia sea el administrador de todas las cuentas a mi nombre hasta el día de su muerte, siempre y cuando mi nieto lo considere aceptable.

Aunque seamos enemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora