Cap. 20: Misión encomendada

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--Milo, necesito que me acompañes junto con Tamashii a Tokyo esta noche...

--Lo que ordene, mi señora...

La mañana en Kyoto brindaba paz al ver salir el Sol. El árbol de Sakura dejaba agitar sus hojas libres, creando una lluvia diferente a las esperadas al inicio de la primavera. Los ruiseñores cantaban desde las ramas, pero uno de ellos se aventuró a traspasar la delgada línea de la ventana abierta y volar encima de las cabezas de los Yakuza. Milo inmediatamente agachó su estatura hasta que el ave dejó de explorar el interior de la casa y salió por el mismo sitio. Midoriko rió debido al acto del griego y dirigió su mirada verdosa al chico:

--¡Ay, Milo! No le tengas miedo a una simple ave. Son inofensivas, ¿Sabes? –expresó la líder ironizando su comentario. El griego no pudo evitar sonrojarse y mostró una tímida sonrisa a su nueva líder.

--No tengo miedo, mi señora. Es precaución. –optó por contestarle produciendo que Midoriko sonriera inmensamente y se levantara del cojín donde un momento antes se encontraba tomando el té. Se colocó las manos en forma de puños detrás y caminó a los costados de la mesita. Milo continuaba de pie hasta recibir instrucciones precisas siguiéndola con la mirada.

--No me digas "Mi señora", Milo. –se detuvo a verlo y continuó amigable. –Dime Midoriko o como te plazca. Has ganado mi confianza respetando todo lo que hay aquí. –Milo se arrodilló, pero la Yakuza se aproximó hacia él y lo levantó con ambas manos puestas en los formados músculos morenos del griego. Negó con la cabeza y ambos se levantaron sonriéndose.

--Gracias por depositar su confianza en mí... Midoriko. –agradeció Milo y haciendo una inclinación con la cabeza se retiró de la habitación. Midoriko volvió a sentarse y terminar su té.

En el camino al jardín de la casona, el griego admiraba el estanque donde las carpas saltaban a menudo. La pequeña tortuga correteaba en el agua cristalina a los pececillos anaranjados con destreza y Milo no pudo evitar reír por la cruel acción. Hacía tiempo que no reía de ese modo, casi lo había olvidado. Si en aquel entonces hubiera conocido a sus nuevos compañeros, no habría sido traicionado por su propio jefe...

Un grito proveniente del Dojo lo hizo entrar en la realidad y dirigirse al origen. Su sorpresa fue mayor al entrar a ese lugar tan complejo y encontrarse con una Tamashii absorta en su entrenamiento. El manejo de su wakizashi impresionó de sobremanera al griego, quien no lo había visto usar su arma acompañante ni los movimientos insonoros. Quedó plantado en una de las vigas que aseguraban el techo y la observó detenidamente. La agilidad conjuntada con su elasticidad proponía un baile marcial y letal que envolvía a cualquiera que lo viese. Ese espectáculo que dejaba ver la personalidad de la chica: fría, impulsiva, sensual, intuitiva e incluso violenta. Una personalidad que simulaba a un imán satisfactorio de las fantasías más recónditas en el inconsciente.

Cuando Tamashii terminó su entrenamiento, detuvo su respiración unos segundos, tomó un aire imperceptible y se dirigió a toda velocidad directo a una de las vigas. Milo no había podido predecir sus movimientos y sólo le restó observar cómo la cuchilla se detenía a un centímetro de su cuello. Tamashii no se movió por un instante y sonrió al percatarse que Milo la veía con sorpresa desmedida. La ninja guardó rápidamente su wakizashi de la misma manera que la había sacado y colocó su mano en la cintura:

--Tienes terribles reflejos, Milo... deberías practicar más... -comentó tranquila. Milo no podía creer el cambio tan repentino de humor y no reaccionó al instante. Tamashii lo miraba ladeando su cabeza con curiosidad, pero Milo no asimilaba tantos datos. Pasmado, trataba de comprender las acciones de aquella mujer tan... contradictoria. Fue hasta que la chica pasó sus dedos por su visión cortando sus pensamientos de tajo y volvió al mundo real. –Oye, creo que ya es suficiente el que pongas otra cara, ¿No? –comentó la chica divertida al ver cómo reaccionaba. –Sé que soy irresistible, pero no exageres...

Aunque seamos enemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora