1: Una propuesta indecente.

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El día se encontraba soleado, todo brillaba en el lugar, al igual que la sonrisa de Alicia. La muchacha se encontraba caminando a su colegio. ¿La razón de su sonrisa? En veinticuatro horas exactas cumpliría dos años con, como ella le llamaba, el amor de su vida. Lo conoció en una fiesta, él estaba conversando con sus amigos y, a veces, se la quedaba mirando. Alicia, como toda jovencita enamoradiza, le siguió el juego y así es como terminaron. Juntos. Él era su razón de existir, en tan poco tiempo había conseguido robar su corazón. No se imaginaba vivir sin él. Ese era el problema.

Ya en el colegio, Alicia saludó a su mejor amiga, que se encontraba hablado con Marcos, un chico que poco conocía, pero que le agradaba. Éste, apenas la vió se sonrojó y se fue, sin despedirse.

—Hola, Mica ¿lindo día, no?—dijo sonriente Alicia, mientras caminaban rumbo a sus casilleros. 

—¿Pues me parece o estás muy feliz el día de hoy?

—Puede ser...

—Puede ser no. ¡ES!—interrumpió la joven amiga.—¿Es por quien creo que es?

—Carlos, sí. Mañana cumplimos dos años ya.—dijo Alicia, dando pequeños saltos en el lugar.

Micaela cambió su cara, siempre que Alicia hablaba de su novio, ella miraba con repudio. Pero a Alicia no le importaba en lo más mínimo. Estaba feliz y nadie cambiaría eso.

—Hablando del Rey de Roma...—comentó Micaela, desapareciendo en ese instante.

Antes de que la muchacha se diera cuenta, alguien le habló muy bajito en el oído, mientras le tapaba los ojos con una mano y con la otra le tomaba de la cintura.

—¿Cómo está mi princesa hoy?

Instantáneamente, una sonrisa se formó en los labios de Alicia. Era Carlos, su novio. Se dió la vuelta y le dió una abrazo fuerte, para luego tomarlo del rostro y darle besitos por todos lados.

—Feliz ¿y tú?—dijo la muchacha ya más relajada.

—Mucho más feliz que tú, no puedo creer que ya serán dos años, preciosa.—contestó el joven, tomándole de las manos a Alicia, cosa que la volvía loca.—Nena, necesitamos hablar de algo. ¿Podemos ahora?

—Claro bebé, si es poco, dímelo ahora.

—Perfecto, te lo diré bajito, tú piensalo y luego lo hablamos a la salida.—la joven asintió y éste chico se le acercó al oído y le susurró para que nadie escuchara:—Hazme un vídeo, ya sabes, que sea caliente. Si quieres que espere por ti, al menos dame eso y no pido más.

El timbre de entrada sonó. Alicia aún no lograba asumir lo que su novio le había propuesto. Él le plantó un beso en su mejilla y se fue a clase. Dejándola sola en medio de muchas personas, con una duda de lo que había escuchado salir de sus labios.


En ningún momento la muchacha pudo sacar las palabras de Carlos de su mente. En las clases no prestó atención, algunos profesores la regañaron y su mejor amiga también. Pero no era lo que él había dicho, porque estaba más que claro que ella no haría eso. Sino que Carlos, su novio, lo había dicho de una forma que ella no conocía viniendo de él. Lo habría encontrado desconocido en ese momento. Pero a fin de cuentas era un chico. Tal vez, sólo era eso. El timbre de salida sonó y en ése momento Alicia salió disparada fuera del establecimiento. Debía dejar en claro lo que había pensado. Si él la quería como ella creía, pues ese no sería un problema para él. La joven no estaba dispuesta a hacer un vídeo y se lo iba a decir.

De lejos, llegó a notar a su novio. Se encontraba en una charla, aparentemente, entretenida con sus amigos. Mientras más se acercaba a ellos, más escuchaba la risa de su novio.

—¡Pero miren a quien tenemos aquí!—exclamó Ian, uno de los mejores amigos de Carlos.

—¿Me prestan a mi novio un momento, por favor? 

—Claro, pero no te lo quedes, lo necesitamos ésta noche, preciosa.—respondió el chico de nuevo, a lo que Carlos respondió con un leve golpe en su estómago. Los otros chicos se reían por la exageración de Ian al decir que le habían pegado demasiado fuerte. Alicia sólo se limitaba a observar a su novio, aún metida en sus pensamientos.

—Eso es para que aprendas a no decirle preciosa a mi novia, malnacido.

El par de tortolitos se alejaron del grupo de salvajes, tomados de la mano. Alicia se sentía nerviosa. Por otro lado, a Carlos se lo veía bastante relajado. Como siempre.

—Dime que pensaste, nena.

Aún de la mano, tomaron asiento en un desgastado banco de madera, debajo de un árbol. Alicia miraba para todos lados, menos a los ojos de su chico. No sabía como decírselo. Tampoco sabía como sería su reacción. Pero sólo había una forma averiguarlo.

—No haré el vídeo, lo siento.  


Alicia, te doy una razón para vivir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora