8: Cielo.

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Todo llega. En cualquier momento. Lo mejor es no esconder nada. Deberías dejar de esconder las cosas que no quieres que vean, porque luego es peor. Deja de esconder tus juguetes, deja de esconder tus lápices, deja de esconder la comida y de botarla a la basura. Todo se descubre, y cuanto más grande peor.

— ¿Alicia, estás comiendo?

— ¡Claro que sí papá! ¿Tú que crees?—la observó, inspeccionó cada detalle del rostro de su hija. — ¿Papá?

—Ali, quiero creerte, lo intento. ¿Pero en realidad te has visto? Estás delgada y muy pálida. No quiero compararte con algunos pacientes que tuve, pero se te nota. Se nota que no has estado comiendo. Dime...—Alicia estaba perdida, no sabía que responder. Su mirada bajó, las lágrimas se aproximaban y estaba cansada. Su padre se levantó de la cama y tomó un espejo que se encontraba en el escritorio de la joven. —... ¿ésta eres tú?

No quiso levantar la mirada, por nada en el mundo lo haría. No quería verse en el espejo, ni sentir vergüenza frente a su padre. Estaba congelada.

— ¡Esto se acabó, Alicia!

— ¿Qué harás, papi? ¿Castigarme? No he salido de éste cuarto desde hace tiempo, me gusta estar aquí, así que hazlo. ¡CASTIGAME!

Ésta vez levantó la mirada, pero hacía el rostro de su padre. Lo miró con furia y un poco de temor. No sabía que esperar de él. Su rostro estaba inexpresivo.

—Duérmete, mañana hablaremos bien.

Al otro día, Julián se había levantado temprano. Estaba esperando a su nueva empleada. Se sirvió su café y sacó los papeles, que tanto lo volvían loco, de su portafolio y se los puso a leer. Luego de un rato, paró. Tantos pensamientos inundaban su mente, confundiéndolo al instante. Guardó todas sus cosas y tomó de un solo sorbo su café. Estaba frío. Estaba diferente. Extrañaba tomar el café que su esposa le hacía a veces en las mañanas. Extrañaba esos días en los que ella se negaba a hacerle el café, con tal de que él aprendiera. Pero lo que más extrañaba era tenerla a su lado, sentir su perfume al amanecer, abrazarla con cariño en cada oportunidad, mirarla a los ojos y hacerla sonreír. Y todo eso lo había perdido. Por un error. Pero no, a Alicia nunca podría llamarle un "error", nunca la culparía a ella. Fue él, una irresponsabilidad suya. Mientras Julián se perdía cada vez más en sus pensamientos, el timbre retumbaba por toda la casa.

Podía jurar que se había levantado, que había abierto la puerta y había dejado entrar a la persona que se encontraba detrás de la puerta. Pero se llevó un gran susto cuando sintió un toque frío en una de sus manos, que se encontraba agarrando fuertemente su cabello.

— ¿Está bien, señor?

—Sí, disculpe, yo...yo no...

—No se preocupe, ya estoy aquí—La señora que había contratado le guiñó un ojo y él se tranquilizó. — ¿Tiene que ir a trabajar, verdad? Le hubiera preparado un café, pero veo que se me adelantó. —sonrió.

—Gracias, —le devolvió el gesto—yo creo que debo presentarte a alguien, ella está arriba pero puedo...—un carraspeo desde atrás llamó la atención de los dos mayores. —Allí está, ésta es mi niña, Alicia. Alicia, ella es...

—María Cielo Alesi, y no soy una niñita. —intervino Alicia, y se acercó.

— ¿Se conocen? —Julián miró con el ceño fruncido a las dos mujeres.

—Papá, la puerta no se abrirá sola. —reprochó Alicia.

—Tienes razón, bueno, Alicia yo contraté a la Señora Alesi para cuidarte mientras no estoy, espero que te comportes. — La joven rodó los ojos y resopló. — Y usted, señora Alesi, espero que se sienta como en casa, mi hija le mostrará la habitación. —Julián miró su reloj y se paró, para luego tomar sus cosas. —Ya debo irme...—saludó a la señora Alesi con un apretón de mano y una sonrisa. Luego caminó hasta Alicia y le dio un beso en su frente. —...come Ali, te amo.




Mucha Grasa, mucha azúcar...todo eso, puede llegar a mi boca. Pensaba Alicia, mientras observaba como la empleada preparaba su desayuno. Café con leche, panqueques, dulce de leche, frutillas, crema batida, tostadas y muchos otros alimentos engordadores.

—Disculpe Señora Alesi, pero yo no tengo mucha hambre.

— ¿Eso debería importarme, señorita?—dijo de espaldas, mientras terminaba su preparación.

¿Y ésta quien se cree?, pensó la joven.

No discutió, sabía que se iba a controlar, no tocaría la comida. Esperó pacientemente hasta que la señora regordeta que había contratado su padre, sirvió hasta el último alimento sobre el mesón.

—Provecho. —dijo sonriendo, sentándose frente a ella, donde habitualmente lo hacía su papá.

—Gracias. —contestó amablemente Alicia, cruzándose de brazos.

—Ya puede comer, señorita.

—Primero los mayores. —contraatacó Alicia.

—Descuide, yo ya desayuné. —contestó la señora, empujando el plato de panqueques más cerca de la joven.

Y entonces, quiso salir corriendo. Que estupideces piensas Alicia.

—Yo puedo comer sola, señora, no se preocupe.

Pero no se movió. Entonces, a regañadientes, tomó una frutilla. La señora le señaló la crema, pero ella la ignoró. Le dio un pequeño mordisco. Y otro y luego otro, hasta acabársela completamente. La mujer frente a ella le sonrió.

—Llámame Cielo, creo que seremos buenas amigas.




No me maten.

Sé que pasó tiempo y que recién les traigo el capítulo, pero es taaaaaaaaan difícil escribirlo. 

Prometo que el próximo será mejor.

Comenten que les pareció. ¿Cómo creen que saldrá de ésta Alicia?

Hasta luego<3


Alicia, te doy una razón para vivir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora