20: Te daré una y mil razones para vivir.

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      A penas llegó, Alicia, se fue a la cama. Aprovechó que Cielo estaba distraída entre las páginas de su nuevo libro de recetas.  

Necesitaba olvidarse de aquellos besos que se dieron en el edificio, de esos abrazos acogedores que la llegaban a tranquilizar, incluso de los chistes malos que hacía cada vez que tenía oportunidad en el consultorio de su padre y sobre todo, de aquella supuesta honestidad que la había conducido a quererle tanto en tan poco tiempo. Necesitaba olvidarse de él. De todas aquellas cartas que le había dedicado. 

Sabía que le costaría, incluso mucho más de lo que le costó olvidarse de Carlos. Al fin y al cabo, todos eran iguales. Traidores que solo querían llevársela a la cama. Y ella la idiota que lograba enamorarse ciegamente tan rápido. 

Quería reiniciar, como al principio. Deseaba oprimir ese botón y elegir no enamorarse de nuevo. Pero nunca lo conseguiría. Y una vez más, tenía que aprender de sus errores. Lloró por una hora, intentando no pensar más en él, por más difícil que fuese. 

Al otro día, intentó ser positiva. Podrían pasar cosas peores, pensó. Se maquilló para poder tapar esas grandes ojeras causadas por dormir poco y por llorar tanto. Luego de que su rostro de veía normal, se fue directamente a la cocina para comenzar su rutina como si nada hubiese pasado.

—¡Buenos días, preciosa!—su papá la recibió con un cálido beso en la frente. Luego fue a su lugar de siempre y tomó el periódico.

—Buenos días papá, buenos días Cielo. ¿Qué tienes para mi el día de hoy?—dijo Alicia, tomando asiento. Si no hubiera sido por el cariñoso beso de su padre, su sonrisa sería forzada. 

Un plato con panqueques y dulce de leche junto con una taza de té de frutilla apareció frente a los ojos de Alicia. Poco a poco se iba acostumbrando a comer como normalmente lo sabía hacer. Las dietas excesivas y los vómitos habían quedado fuera de la vida de Ali.

—Que lo disfrutes, pequeña.—dijo Cielo, apretando una mejilla de la joven, quien con gusto, comenzó a devorar su desayuno.

Cielo le sirvió una taza de café a Julian y le alcanzó un plato con tostadas, él le agradeció y le pidió que se sirviera también café y los acompañara a desayunar. Aunque ella prefirió hacerse un té para luego sentarse al lado de Alicia.

—Ali, necesito hablarte de algo.—comentó Julian mientras daba un sorbo a su café. 

—Yo también, papá.—él asintió hacia ella para que hable primero. Ali dejó los cubiertos sobre su servilleta en la mesa y lo miró.—Quiero dejar el grupo de apoyo.

Cielo abrió los ojos como platos, mientras que Julian se encontraba tranquilo. Él sabía que este momento llegaría.

—¿Ya no lo necesitas?

—No, papi. Ya no lo necesito. El grupo me ayudó a poder contar lo que me pasaba, a salir de aquel hoyo de depresión en el que me había metido, pero ahora estoy más que bien y quiero enfocarme en otras cosas, como por ejemplo la carrera que elegiré para estudiar el año que viene.

—Pues, yo solo espero que sea lo correcto. Si para ti está bien, para mi también. Sabes igual, que puedes volver cuando quieras. 

—Te amo papá, gracias por estar siempre para mi.—contestó Alicia, levantándose de su asiento para luego envolver al hombre que le había dado la vida, en un enorme abrazo.—Oh y tú también , ven para aquí.—le dijo a Cielo, mientras ésta se unía.—Ustedes son mi familia, los amo.

—¿Y yo ya no soy tu familia?  

Mamá, pensó rápidamente Alicia. Se dio la vuelta y sí, era ella. Inmediatamente se separó de Julian y Cielo, para correr a los brazos de su madre. Inmediatamente se envolvieron las dos en un abrazo.

Alicia, te doy una razón para vivir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora