P r ó l o g o

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Diecisiete años atrás – Castillo abandonado de los Primera Sangre

isterio.

Palabra que con vehemencia, debido a los inevitables lazos errados, siempre se escabulló entre la historia de la sangre pura y fundadora, como lo eran los primera sangre.

Aquella raza extinta.

Salvo por las dos gotas ocultas que sobrevivieron al más grande golpe de estado logrado con solo un cerebro.

Dos gotas ocultas que minuciosamente, al pasar los años, aumentaron la sed de venganza.

Un solo hombre acabó con su dominio, el reino más poderoso. Ellos acabarían con su legado, exterminando la abominación de apellido de la futura historia que se encargarían de crear a puño, sangre, dolor, y letra.

Sus brillantes ojos dorados releyeron cada párrafo una y otra vez, sin poder dar fe aún a lo que estaba escrito ahí. Milagro. Podría describir, mas su descubrimiento no era otra cosa que astucia y estrategia. Aumentando su conmoción al pasar página tras página.

Shin, el menor de los Tsukinami, había entrado por pura curiosidad a la antigua oficina de la reina Krone, su madre. Olvidando por su imprudencia, todas las innumerables veces que Carla Tsukinami le prohibió y ordenó que se mantuviera al margen de ese lugar, jactándose de que lo resguardaba y atesoraba como último recuerdo de su difunta madre.

Mas sabía que con lo que ahora cargaba en sus manos, su molestia no sería algo de lo que tuviese que preocuparse.

Apresurando la noticia, cerró los documentos de un golpe y corrió hasta salir del castillo abandonado. Dirigiéndose a donde habitualmente se encontraba su hermano mayor.

—¡Nii-san! —gritó al visualizar su figura en la parte trasera de las afueras del castillo—. ¡Nii-san, espera!

Con la respiración agitada, detuvo su paso a centímetros de rozar el cuerpo rebosante de nobleza de Carla Tsukinami.

Este, lo miró sobre su hombro y con desaprobación. Por su falta de madurez y comportamiento indigno de un noble como los que eran, a pesar de que su reino había sido destruido.

—Dime, Shin. —atendió, con su usual voz calmada, y sin tomarle mucha importancia a los temas inmaduros que su hermano menor siempre le traía.

—Encontré esto en la oficina de madre. —extendió la carpeta con documentos, que cuando Carla escuchó que era referente a su madre, tomó lanzándole una mirada de advertencia. Pues claramente le vendría un grande castigo por desobedecerle.

Mas según lo que Shin predijo, sus ojos también brillaron en signo de desconcierto.

—Menae... No tuvo sólo una hija. —Musitó conmocionado e inquieto consigo mismo, por no descubrir aquel secreto tan significado y oculto que su familia poseía.

—Así es —afirmó Shin—. Cordelia tiene una hermana, Nii-san.

Carla parpadeó por unos segundos para después mirar los ojos dorados de su hermano. Transmitiéndole visualmente lo que harían. Que no les tomaría tiempo ni para descansar, irían en busca de la otra hija del Rey Demonio y su tía Menae, para así por fin poder utilizarla para restaurar su raza pura.

Carla se teletransportó hacia dentro del castillo sin perder tiempo, tirando aquellos documentos al fuego de su chimenea, luego de haberse grabado cada línea. No quería que quedaran pruebas de aquel secreto que los últimos ancestros habían descubierto, seguiría siendo como su difunta madre lo dejó, un misterio.

❦ Hilos del Destino ❦ Diabolik LoversDonde viven las historias. Descúbrelo ahora