Capítulo 12

2K 122 20
                                    

Me estremezco con los últimos restos del orgasmo y, entre vibraciones, me dejo caer en sus brazos, descendiendo poco a poco de nuevo hacia la Tierra. Se abraza a mí, aferrando los brazos a mi cintura y descansando la cabeza en mi pecho.

-Te amo.

Me estiro reproduciendo esa última escena, esas últimas palabras. Subo un poco la cabeza para comprobar si Peeta sigue dormido. Elevo las comisuras de los labios al observar su rostro, apaciguado por la calma del sueño, satisfecho. Dejo que siga durmiendo mientras yo me entretengo pensando en los acontecimientos de las últimas horas.

Después de despedirnos de Johanna, intento mitigar el sentimiento de añoranza que me invade desde que la vi marchar. Me sorprendo pensando en que incluso extrañaré sus bromas pesadas y su nefasto sentido del humor. Sin embargo, Peeta, tras un rato de palabras dulces y positivas, consigue animarme lo suficiente para sacarme una sonrisa y llevarme a almorzar al pequeño local de Sae.

-Menos mal que por fin has recuperado las ganas de vivir, niña-cientos de arrugas se dibujan en torno a la sonrisa de la longeva Sae mientras me sirve un plato de sopa que, por suerte para los adorables canes del distrito, ahora hace con carne de ternera de verdad y no de perro.

-He tenido ayuda-contesto, haciendo una seña en dirección a Peeta.

-¿Sabes, chico? No sabe lo que me alegré cuando me enteré de que dejaste a aquella chica tan estirada del Capitolio. No hagas caso de lo que diga la gente. Katniss vale la pena.

De repente, la comodidad que reinaba en la conversación se desvanece y el aire se condensa. Sae, al ver nuestras caras, intenta cambiar de tema, y, aunque le decimos que no pasa nada, se le sigue notando culpable. Cuando nos llenamos el estómago, ella insiste en regalarnos la comida como compensación por su metedura de pata, pero yo me niego rotundamente: ya ha hecho demasiadas cosas por mí, y me niego a deberle el más mínimo favor a nadie, así que le pago de todos modos.

-Estoy un poco cansada.-le digo a Peeta, ya en la Aldea, aunque en realidad no sé cómo sentirme conmigo misma ahora que estamos solos.

-Podríamos descansar un rato.

«Descansar», implica un montón de cosas más que ninguno nos atrevemos a mencionar, así que, cuando llegamos a casa, lo hacemos con la intención de tomárnoslo con calma. Pero casi no tenemos tiempo de llegar a su habitación. Al vernos al fin solos, sin nadie que nos interrumpa, no nos permitimos desaprovechar ni un minuto de todo el tiempo que podamos pasar juntos. Apenas con un pie dentro, Peeta empieza a besarme de una forma que cortaría la respiración a cualquiera. Y yo me siento incapaz de pararle: sus labios, demasiado apetecibles en este momento, devoran los míos y en mi mente solo hay espacio para él, para el fuego que se prende en nuestras bocas unidas. Me sujeta las manos por encima de la cabeza y me apoya sobre la puerta, cerrándola de un golpe seco. Teníamos tanta sed el uno del otro, tanta pasión acumulada por culpa de los besos y las caricias furtivas de las últimas noches, que solo hacen falta un par de minutos para quitarnos la ropa, meternos en la cama y hacer el amor como si fuera la última vez que nos viésemos.

Aquella noche en la que todo cambió, teníamos demasiados asuntos que arreglar y muy poco tiempo, por lo que hoy nos hemos dedicado a completar todo aquello que nos faltó. Y, como toda tarea importante, conlleva su tiempo y su dedicación. No daré detalles, pero creo que con decir que sólo hemos salido de la cama para comer no son necesarias más explicaciones.

DestinyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora