Capítulo 21

241 31 0
                                    

El día nos recibió lloviendo pero no nos importó.

Trina, Missi y Simica habían traído sus armaduras y sus espadas con ellas de Minsekti, pero yo solo mi espada. Habíamos pensado en ir al castillo de Mankora a coger un vestido de mi madre para mí aprovechando que mi hermana no estaba en Mankora.

Era ya mediodía cuando nos pusimos en círculo, nos agarramos de la mano y volvimos a Saphia.

Aterrizamos en la habitación de mis padres. Aquella habitación se había mantenido cerrada desde su muerte. Cogí un vestido color blanco con bordado con oro (muy parecido al de mi re-coronación, pero más bonito) y una funda para guardar mi espada a juego.

Con el sigilo propio de un gato fuimos a la cámara del tesoro del castillo, y teniendo la suerte que en ese momento fuera el cambio de guardia, cogimos la corona del día de mi coronación como princesa.

Estábamos en el establo cuando tres guardias apresaron a mis amigas. No sabía qué hacer, cuando vi a mi fiel caballo Runkan. Ahora era adulto, y era el caballo más noble, fuerte y bello que jamás había visto.

-Runkan… -susurré maravillada.

El pareció oírme, porque empezó a relinchar como un loco, salió de la cuadra pegando una coz a la puerta y ya con la silla esperó a que yo me montase.

Me monté en él y me sentí como cuando era niña: sencillamente feliz.

-Solo hay una persona capaz de montar este caballo…- dijo uno de los guardias. –La princesa Mariahk.

-Majestad, bienvenida a Mankora.- dijo otro guardia más flaco que el anterior.

-Mis tres amigas y yo vamos a la capital de Minsekti a parar los pies a mi hermana. Prepara un pequeño séquito que parta ahora, acompañadme hasta la capital y dile a todos los mensajeros que encuentres y a los urines (murciélagos enormes que eran capaces de transmitir un mensaje desde el cielo por todo Mankora) que yo, la princesa Mariahk ha vuelto para recuperar su trono. –ordené con toda la autoridad que pude demostrar.

-Ahora mismo majestad. En una hora lo tendrá todo listo.- dijo el tercer guardia, y cuando ya se marchaba se giró. –Por cierto, gracias por volver a ayudarnos.

Le dediqué una dulce sonrisa. Sé que nunca llegaré a comprender cuánto habían podido llegar a sufrir, pero me alegraba ver que no habían perdido la esperanza.

Pasó una hora y tenía un sequito de treinta guardias. Inmediatamente salimos del castillo, y mientras cruzábamos las pobres calles de la capital de Mankora, vi los rostros de mi pueblo. Todos los habitantes estaban delgados, sucios y con unas ojeras enormes, pero, ellos estaban felices al verme cruzar por las calles, algunos hasta lloraban y aplaudían, y me pedían que no les dejase solos.

Cuando por fin salimos de la ciudad, éramos treinta y cuatro jinetes cruzando las secas tierras de Mankora. Yo iba en frente respaldada de mis tres amigas, y detrás de ellas los treinta jinetes.

Ocurrió la misma imagen de la ciudad cuando pasamos por otras ciudades, y pronto todo el mundo era consciente de mi regreso.

Pasaron tres semanas hasta llegar al límite de Mankora y otras tres hasta estar cerca de la capital de Minsekti.

SaphiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora