Capítulo Siete

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CHRISTIAN

Habían pasado al menos tres días de lo sucedido en la cafetería con Vera y no tenía noticias sobre ella. Sabía que mi acción había sido muy estúpida, pero no pude contenerme, mi amor por ella aumentaba cada vez y no había forma de evitarlo. Mi cabeza comenzó a jugar conmigo y comencé a pensar en ella y lo que pudo haber hecho luego de que yo la besara. ¿Se había ido? ¿se había arrepentido y retractado la demanda? Tenía muchas preguntas y ninguna había sido respondida.

—Llevas al menos quince minutos observando a la nada sin percatarte de que estoy aquí —habló Gabriela sacándome de mis pensamientos.

Mi hermana ladeo la cabeza, dejando que su cabello rubio cayera en cascada hacia un lado. Miré su cabello durante un breve instante y luego la miré a ella. Estaba cruzada de brazos, expectante a mi reacción, pero no sabía exactamente por qué.

—Hey —saludé— ¿Qué haces aquí?

—Pasaba por aquí y decidí venir a saludar —se sentó frente a mi escritorio— ¿Cómo has estado? Digo, por la situación con Vera y todo eso.

Solté un gran suspiro. De veras se me notaba el desespero por tenerla frente a mí.

—Mal, no dejo de pensarla, Gabs. Ella es el jodido tormento que, a donde quiera que vaya me persigue y me roba el sueño. No he podido dormir porque mi cabeza comienza a proyectar todos mis recuerdos a su lado. —me masajeé las sienes.

La frustración comenzaba a sobrepasar mis límites. El ver a Vera tan decidida a destruirme me carcomía por dentro y no encontraba manera de tener paz, ni si quiera cuando estaba con mi esposa, y se supone que ella debe ser mi bálsamo y tranquilidad; mi lugar seguro en el mundo.

—Quizá es el karma por cometer las estupideces que cometiste en el pasado, hermano —Gabriela se cruzó de brazos—, incluyendo tu matrimonio.

—Gabriela, ya lo hablamos —suspiré—. Mila es mi esposa y ya no hay nada que pueda cambiar eso, ¿entiendes? La amo y la amaré siempre —aseguré, pero era claro que no estaba seguro de mi comentario.

Gabriela me observó unos instantes, leyendo mi rostro como si de una historia se tratara. Estudió mis gestos, hasta que finalmente chasqueó la lengua y negó.

—No la amas —comentó—. Si fuese así como dices, tú no buscarías a Vera ni debajo de las rocas —dicho eso, se levantó de la silla y se marchó, dejándome con esa gran pregunta en mi mente.

¿En verdad amaba a Mila? Si era así, ¿por qué estoy poniendo a Vera sobre ella?


Luego de varias horas atascado en el tráfico, llegué a casa dispuesto a tomar una ducha, sin embargo, ver a mi madre con cuatro abogados en el salón junto a ella alarmó cada fibra de mi cuerpo. ¿Qué demonios estaba pasando con ella?

—Mamá, ¿qué sucede? —pregunté confundido.

—¿No es evidente, Christian? —me miró—. Busco la manera de hundir a esa corriente.

Sentí una punzada de preocupación, no lo podía negar. Inseguro de mi siguiente pregunta y de la respuesta, me armé de valor y enfrenté a mi madre.

—Mamá —llamé su atención—. ¿De verdad robaste el terreno de su padre y madre? —pregunté cerrando mis ojos. Algo me decía que la respuesta no iba a gustarme para nada.

—¡Su padre no lo merecía, era un inepto bueno para nada! —exclamó molesta.

Algo estalló dentro de mí.

—¡Joder Margaret! —grité—. ¿¡Es que acaso no piensas en los demás!? ¡Tenían una hija, por amor a Dios! —ella me miró sorprendida—. ¡Gracias a ti y a papá ella se quedó sin nada!

Rompiendo PromesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora