Capítulo Treinta y Uno

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CHRISTIAN

UN AÑO DESPUÉS


Me encontraba en la sala jugando con mi hijo, Derek.

Así es, Mila tuvo a nuestro hijo, y ella y yo estamos juntos de vuelta, como siempre debió ser.

Luego de semanas tratando de recuperar a Vera, Javier y Gabriela intervinieron y me obligaron a ir a terapia y tomar medicamentos para mi control de la ira. Gracias a la rápida acción de mi terapeuta, logré tomar el control de mi vida en menos de seis meses y logré acercarme a Mila, listo para ser el padre que Vera me pidió ser.

Antes de que naciera mi pequeño, no creí que tuviera las fuerzas para seguir luego de que Vera me dejara, pero cuando lo vi, cuando su pequeña manita rozó la mía, supe que tenía que trabajar por él, por una mejor calidad de vida y amor incondicional.

—Ya tengo todo listo para la fiesta de nuestro pequeño Derek —Mila se acercó a nosotros y me sonrió.

No iba a mentir, viajé incluso al pueblo donde ella se encontró durante el tiempo en el que creí que había muerto, pero no encontré ninguna pista. Vera había borrado todo rastro de ella y acepté que tenía que dejarla ir.

Decidí luchar por Mila y nuestro hijo, que aunque no quisiera que fuera de ella, nos habíamos casado y me había ayudado a superar a Vera, era lo menos que podía hacer.

Mi madre, recuperó la mansión y estaba más que feliz al saber que mi chica se había ido. Gabriela se marchó de la casa sin decir a donde y no supe más de ella. Javier comenzó a encargarse de las empresas de papá y yo estaba con mi esposa e hijo, sin Vera Williams en nuestras vidas.

—Te noto distraído —mi esposa comentó mientras se sentaba en mi regazo y sostenía a Derek.

Era precioso, con unos ojos azules hipnotizantes y el cabello rubio como el de su madre. No podía negar que mi hijo me alegraba de formas que nunca creí que podría lograr.

—Me siento un poco enfermo —me excusé.

—¿Quieres descansar? —preguntó preocupada.

—No, amor. Estoy bien —sonreí y la besé.

—¿Seguro? —preguntó nuevamente mientras amamantaba al bebé.

—Completamente —me levanté, dejándola a ella sobre el sofá—. Saldré a traer el pastel del pequeño. ¿Necesitas algo?

—Un paquete de pañales nuevo —respondió—. Regresa rápido, tu madre vendrá pronto.

—Claro.

Tomé las llaves del auto y me dirigí a la salida.


Una vez en la pastelería donde encargué el pastel de mi hijo, me dispuse a esperar cerca del mostrador. De pronto, una chica rubia corrió directo al mostrador, se notaba atareada y sentí pena por ella.

—¡Disculpen! —exclamó la rubia tocando la campanilla que avisaba que había clientes esperando.

—¿Sí? —el chico de la caja salió—. ¿En qué puedo ayudarle?

—He encargado un pastel de bodas para mi jefe, pero hubo un cambio de último minuto. ¿Pueden decirme si hay manera de arreglarlo?

—Claro, déjeme revisar.

El chico se retiró por unos minutos y luego regresó con un gran libro.

—Es para el señor Maximilian Duncan, ¿correcto? —dijo observando el libro.

—¡Sí! —respondió—. Resulta que solicitó que el pastel sea de cuatro pisos en vez de tres.

—No hay problema, el pastel estará listo dentro de tres días, por lo que no habrá inconvenientes con los cambios.

—¡Perfecto! —la chica sonrió—. Esta boda debe salir perfecta.

—¿La boda del año? —pregunté con expresión divertida.

—Así es —me miró y sonrió nuevamente—. Mi jefe está muy emocionado por casarse con su prometida y necesito que todo salga perfecto.

—¿Cómo dijiste que se llamaba tu jefe? —pregunté.

—Maximilian Duncan —respondió—. Empresario, de los más ricos de Italia.

—Claro, mi hermano le conoce —comenté recordando—. Es un gran tipo y su familia es estupenda.

—Lo es —sonrió—, y su prometida es encantadora.

—¿Quién es la afortunada? —sonreí.

—Su nombre es Vivian, creo —se rascó la nuca—. No estoy muy segura, no he podido conversar mucho con ella, soy nueva, entré hace pocos días.

Reí ante su descuido.

—Quizá logre conocerla.

—Aquí tiene su pastel señor Harris —el chico me entregó la caja.

—¿Harris? —preguntó la chica—. ¿Christian Harris?.

—Sí. ¿Por qué?

—¡Usted está invitado a la boda del señor Duncan! —mencionó emocionada y sacó su agenda—. Le he entregado la invitación a su hermano hace tres días.

—¿Tres días? Que extraño, yo había visto a Javier y no me dijo nada —respondí confundido—. Seguro se ha olvidado.

—Bueno, usted está invitado. Esperamos verlo por ahí —sonrió.

—Ahí me tendrán.

Sonreí y salí de la tienda.

Rompiendo PromesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora