Capítulo Dieciocho

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CHRISTIAN

—¿Así que simplemente te amenazó? —volví a preguntar.

—Sí —asintió y se encogió de hombros.

Cuando salí de la oficina del abogado que me ayudaría con el caso de mi divorcio, recibí una llamada de Vera. Al parecer mi esposa se había aparecido en su casa y la había amenazado con que debía abandonar la ciudad o si no algo terrible sucedería. Claramente Vera no se inmutó.

—Sabes que no te hará nada, ¿cierto? —tomé su mano y besé sus nudillos.

Primero muerto antes de permitir que vuelvan a hacerle daño.

—No estoy tan segura de eso, Christian —ella murmuró e inmediatamente me tensé.

¿A qué diablos se refiere?

—¿A qué te refieres? —pregunté nervioso.

Vera soltó un suspiro y me observó detenidamente. Sus ojos reflejaban el miedo que la consumió en un pasado y mi estómago dio un vuelco. Era claro que lo que venía a continuación no era nada bueno. Sabía que mi relación con Vera no era muy estable, pues estábamos peleando contra muchas cosas, pero lo que menos quería era pelear con ella, por lo que rogué que lo siguiente que dijera no fuera tan grave.

—Christian —hizo una pausa y bajó su mirada—, sé que es tu madre y la amas, pero el accidente de hace dos años...

La corté de inmediato.

—¿Insinúas que mi madre fue la que puso esa bomba en tu auto? —pregunté incrédulo y un tanto ofendido.

La mirada de Vera inmediatamente se endureció y su tono cambió por completo. Era claro que estaba en posición de atacarme con lo que fuera. Sin embargo, yo tampoco iba a permitir que levantara semejante calumnia solamente porque mi madre y padre se encargaron de robarle a su familia. Podía ser una mentirosa, pero definitivamente Margaret no era una asesina.

—¿Encuentras otra razón o a otra persona por la que valiera la pena que yo muriera? —enarcó una ceja—. ¡Era huérfana, Christian! Yo no importaba tanto en ese momento.

Me levanté de la cama totalmente furioso. ¿Realmente se atrevía a acusar a mi madre de intento de homicidio? ¡Era ridículo!

—¡Mi madre no es ninguna asesina! —exclamé.

—¡Porque no estoy muerta, Christian! —estalló.

Inmediatamente sentí la tensión que nos rodeaba en la habitación y en mi mente vi como las paredes se encogían. Estábamos discutiendo sobre un intento de homicidio, sobre su supuesto intento de homicidio. ¿Realmente creía a mi familia capaz de tanto solo por una casa? Vera estaba a tan solo unos metros de mí, pero sentí que se alejó kilómetros por nuestra discusión. Era claro que no existiría forma de hacerla cambiar de parecer. Los dos habíamos adoptado un bando.

—Tu madre trató de asesinarme y no necesito que no me creas para saber que es verdad.

—¡No me jodas, Vera! —grité.

—¡Yo estuve en ese maldito auto, no tú! —gritó—. ¡Yo fui quién por poco pierde la vida y tú no estuviste ahí! —me señaló—. Decidiste esconderte de todo como un cobarde y me dejaste a mí a mi suerte.

Sin pensar dos veces en las consecuencias de mis actos, mi puño viajó directo a la pared que estaba a su lado, sin embargo, ella me inmovilizó de inmediato colocando mi brazo detrás de mi espalda. Pude sentir como mi ira disminuía, pero la suya aumentaba. Vera ya no era la misma, ella estaba dispuesta a destruir a cualquiera que se cruzara en su camino, incluyéndome a mí.

Rompiendo PromesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora