Capítulo Trece

8.1K 503 6
                                    


VERA

Frené en seco al escuchar esas palabras.

—¿Qué has dicho? —volteé sorprendida. ¿Estaba hablando en serio?

—Yo me divorciaré —asintió seguro— Sí, lo haré.

—¿Es qué perdiste la cabeza? —pregunté sin creerlo.

Christian nunca fue capaz de arriesgarse, no sería tan estúpido para hacerlo en ese momento. Si no se arriesgó antes por mí, ¿por qué lo haría?

—Creo que es evidente, ¿no? —soltó, acercándose a mí.

Sus ojos mostraban al mismo hombre del que me enamoré, pero ya no me sentía segura. El dolor que me causó llegó a borrar todo sentimiento y toda confianza de mí. Ya no puedo creerle, jamás debí hacerlo en realidad. Él tenía a su mujer ahora, nada sería tan fácil.

—Christian, no —lo empujé—. No puedo creer más en tus palabras.

—¿Y por qué no? —preguntó cabreado. Sabía que lo estaba lastimado, pero no era comparado a lo que sentí en otro momento.

—Porque sé que no cuidarías de mí —murmuro—. Si no lo hiciste antes, ¿qué me hace pensar que ahora lo harás?

Subí la mirada, esperando alguna respuesta de su parte, pero simplemente me encontré con una mirada de arrepentimiento. No pensé que mi corazón volviera a romperse, pero en ese instante volví a sentir que se hacía pedazos.

—Vera, yo... —se calla de golpe y sé que no tiene palabras.

—Ya no importa, Christian. Tú sigue con tu vida y yo con la mía, ¿de acuerdo?

Sin más que agregar, caminé lejos de él hacia la salida del cementerio.

Pasaron dos días de mi encuentro en el cementerio con Christian, y pude decir que nada mejoró desde entonces. Luego de esa cercanía, solo logré pensar en sus besos, en cuanto lo extrañé y lo distinto que pudo ser todo, lo cual no necesitaba. Necesitaba enfocarme en ganar el caso contra su familia. Mis padres eran todo lo que importaba, nada más ni menos.

—Buen día —Gabriela entró con aire animado.

—Buenos días —sonreí—. ¿Dormiste bien?

—Oh sí —sonrió—. Hoy iré a la universidad y luego saldré con Javier, así que es probable que llegue tarde. ¿No tienes problema con eso?

—Claro que no —negué—. Solo ten cuidado, no quiero escuchar que algo malo te sucedió —señalé y por un segundo me pregunté que se sentiría tener una pequeña niña.

—Tú no te preocupes, yo me cuidaré —sonrió para luego mirarme detenidamente—. ¿Vera?

—¿Sí? —respondí mientras vertía la mezcla de panckaes en el sartén.

—¿Hablaste con Christian?

Claro, e incluso nos besamos, acción que me fascinó, pero ahora me tiene en un remolino de emociones y completamente confundida. ¡Claro que hablamos!

—No —respondí con amargura. Odiaba mentir, pero no me apetecía compartir lo sucedido en el cementerio con nadie.

Gabriela se limitó a asentir, probablemente analizando mi respuesta.

—Deberías de hablar con él, sé que te extraña Vera y lo que pasa con Mila, te puedo asegurar que lo hizo por despecho, no por otra razón.

—Haya o no haya sido por despecho, Gabriela, ella es su esposa y no debe de jugar con sus sentimientos —aunque Mila no me agrade, detestaría que terminara de la misma forma en que yo.

La hermana de Christian se quedó en silencio durante un largo rato, hasta que finalmente habló—. Tienes un enorme corazón —y con eso dicho, salió de la cocina.

Luego de mi corto desayuno con Gabriela, decidí dejarla en la universidad y luego partí hacia la casa de Ryan. Analizando todo lo que sucedió, necesitaba desahogarme y sabía que él era el más indicado para escucharme. Conduje por las afueras de la ciudad, cuando los frenos de repente dejaron de funcionar.

No, no, no.

Dios mío no.

Intenté frenar, pero llegó a ser imposible, y cuando creí que viviría un deja vú, algo se cruzó por mi mente y sin pensarlo, salté del auto, golpeando violentamente mi cabeza contra el pavimento.

Logré despertar por el frío que recorrió mi cuerpo y al instante en que adapté mi vista a la oscuridad, llegué a descubrir que estaba en el hospital. ¿Cómo llegué ahí?

—Buenas noches — la voz de Ryan me sacó de mi aturdimiento.

—Ryan —susurré mientras lo observaba. Sus ojos denotaban tristeza.

—¿Cómo te sientes pequeña? —preguntó mientras acariciaba mi cabello.

—Bien —murmuro—, pero me duele la cabeza.

—Es por el golpe que te has dado, menudo accidente has tenido —murmuró—. De no ser por un niño que te encontró en la calle, creo que hubieras muerto.

—No me quedó opción —dije entre dientes.

—¿Qué ha pasado nena? —acarició mi mejilla—. Casi acabas con tu vida.

Debatiendo entre si debía decirle o no, terminé por contarle lo sucedido de inicio a fin.

—¿Crees entonces que fue intencional?

—Estoy segura que ha sido así y te puedo asegurar que fue ella, Ryan.

—¿Y qué piensas hacer? —preguntó curioso.

—Enfrentarla.

Rompiendo PromesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora