Capítulo Doce

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CHRISTIAN

Me sentía jodidamente perdido...

Luego de que Vera se fuera de esa manera, no pude evitar sentirme culpable ya que, así como mi madre echó a Gabriela, de esa misma forma lo hizo con mi chica; y joder, no me lo perdono de ninguna forma. Fui tan cobarde que ni si quiera pude detener a mi madre de echar a mi propia hermana de la casa. Era un poco hombre, definitivamente.

—¿Christian? —la voz de Mila me sacó de mis pensamientos.

—¿Hmmm? —por más que traté de concentrarme en ella, no pude.

—Mi amor —sonrió—, te traje una sorpresita.

—¿Ah sí? —intenté fingir interés.

—Oh sí.

De repente, Mila se desnudó frente a mí y no podía negar que tenía muy buen cuerpo, pero en ese momento, no existía nada que sacara a Vera de mi cabeza. Esa mujer se había metido bajo mi piel, y en ese momento me preguntaba que estaría haciendo en vez de estar admirando a mi mujer.

—¿Te gusta lo que ves? —Mila sonrió, acercándose a mí. Si supiera que era por Vera.

—Ah, sí claro —susurré, lo que provocó que se detuviera en seco.

Ah, sí claro —imitó— ¿Es todo lo que dirás? —preguntó irritada.

—Nena, hoy no tengo ganas —murmuré algo fastidiado.

—Claro, claro —se puso la bata de seda y me miró furiosa—. ¡Porque no tienes ganas desde que esa zorra llegó!

—¡Ella no es ninguna zorra! —mascullé defendiéndola.

La mirada de Mila reflejaba furia y dolor, pero no logré sentir remordimiento al defender a Vera. Se lo debía, le debía más que eso.

—¿¡Acaso estás ciego para darte cuenta de que ella juega contigo!? —gritó— ¿¡Debo recordarte las noches en las que llorabas por ella creyendo que estaba muerta!? Si te hubiese amado como decía hacerlo, no hubiese fingido estar muerta.

Sin control de mis emociones y mis palabras, le grité.

—¡Ya cállate, Mila! —grité furioso—. ¡Lárgate de aquí ahora mismo si no quieres que esto se convierta en algo peor!

Y por un breve momento, me sentí como un completo animal. Le había gritado a mi propia esposa, la mujer que procuró sacarme del infierno donde yo solo me había metido. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no me moví de mi sitió, me quedé pasmado por mi reacción.

—Maldito cabrón —gruñó y se fue dando un portazo.

Observé la puerta en silencio, mientras miles de recuerdos llegaron a mi mente en forma de verdugo para torturarme.

—¿Y bien? —pregunté preocupado. No he sabido nada de Vera desde las últimas dos horas.

—Christian yo... —Brown, el investigador que contraté para que la siguiera tenía la típica mirada de lastima en su rostro.

No

No, no, no podía ser.

—Lo siento —murmuró y el aire abandonó mis pulmones.

Vera se fue de mi lado.

Vera tuvo un accidente.

Vera estaba muerta.

De un momento a otro, sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo, solamente sentí como me abalanzaba hacia el investigador lleno de furia.

—¡CHRISTIAN, NO! —la voz de Javier se escuchaba a lo lejos.

Seguía golpeando al tipo sin piedad hasta que unos brazos pequeños se envolvieron a mi alrededor como ella solía hacer.

¿Vera?

Volteé esperanzado cuando noté que era Gabriela mirándome con ojos suplicantes, justo como ella hacía cuando me metía en problemas.

Fue el día más horrible de mi vida y no puedo comparar el dolor que sentí. ¿Tan enamorado estaba de esa mujer?

Sin pensar mucho en las consecuencias, tomé las llaves de mi auto y corrí escaleras abajo, dando gracias al cielo por no encontrarme con nadie que pudiera hacer preguntas. Subí al auto, arranqué y conduje por la ciudad hasta dar en el cementerio. Bajé del auto, dirigiéndome a la tumba de mi amada, pero paré en seco al verla de pie frente a su lápida.

¿Qué hacia Vera ahí a la una de la madrugada?

Caminé despacio hacia ella, hasta que tuve que detenerme gracias a su llanto.

—¿Por qué? —sollozó— ¿Por qué tuviste que terminar de destruirme estando con otra?

En ese momento, sentí que hablaba de mí.

—Perdí a mis padres, perdí a mi tía, te perdí a ti —susurró—, y, sobre todo, me perdí a mi misma durante todo ese proceso.

No pensé, solo me acerqué y la abracé por detrás, asustándola.

—¿Christian? —susurró aterrada.

Shhh —puse un dedo sobre sus labios.

—¿Qué haces aquí? —preguntó acurrucando su rostro contra mi pecho.

¿Era real lo que estaba pasando en ese momento?

—Vine a ver a mi amada —respondí acariciando su espalda.

Infeliz, tienes a tu esposa en casa.

—¿A la que está ahí —señaló—, o a mí? —me observó con sus grandes ojos azules.

—A ambas —tomé su rostro entre mis manos—. Nena, yo sé que tuve muchos errores en mi pasado. Como no defenderte, y por eso esa parte de ti murió.

La miré unos instantes, esperando a que me detuviera, pero al no hacerlo, decidí continuar.

—Pero lo que no sabes es que una parte de mí también lo hizo cuando te alejaste —susurré uniendo su frente con la mía—. Y ahora quiero que esa parte tuya y mía se unan y puedan estar en paz, como debe ser.

Y sin dudarlo, estampé mis labios contra los de ella, sorprendiéndome de que ella también correspondiera el beso con tanta necesidad como la mía. La acerqué más a mí, calentando su frío y frágil cuerpo contra el mío, jurándome que jamás podría dejarla ir de nuevo, moriría si lo hiciera. De pronto, ella frenó el beso, provocando que me sintiera vacío de nuevo.

—Christian yo... —se intentó apartar, pero la detuve.

—Sé que soy un completo idiota, Vera. Pero ya no puedo estar un minuto más sin ti. Es una tortura vivir así —murmuré contra sus labios

—Lo has estado durante dos años, incluso te has casado —esto último lo dijo con voz quebrada, revelando su dolor.

—Pero no ha sido contigo, porque pensé que no te volvería a ver —acaricié su mejilla.

Ella me miró durante lo que pareció una eternidad, hasta que su mirada se transformó en la misma que había visto en aquel encuentro con mi madre, llena de furia y decepción.

—Ni tampoco podrá ser —se soltó de mi agarre rápidamente y comenzó a caminar a la salida.

Antes de que pudiera detener las palabras ya las había gritado.

—¡Me divorciaré!

Rompiendo PromesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora