Llegó el día, llegó la hora, Ulises dio un beso a Mayra en la frente y con el corazón un puño salió de su casa.
Titán esperaba en el salón, por orden de Faisán y de él mismo para cuidar a su mujer.
No podían permitir que después del sacrificio que él estaba haciendo le pasara algo a Mayra.
Los dos amigos se dieron un abrazo fuerte y Titán le prometió que cuidaría a su chica.
Con lágrimas no derramadas se fue hasta el circuito para reunirse con la rata. Odiaba a ese hombre mucho, pero más se odiaba a sí mismo, si no hubiera corrido aquella noche ahora no estaría pasando todo eso. Porque aún dudaba que hubiera alguien que quisiera hacerle daño a su Mayra.
El hombre le dio una sonrisa de triunfo que Ulises no devolvió. Simplemente se fue directo al coche en el que correría. Comprobó que estuviera bien de frenos y todo eso. Se concentró en el circuito y en la carrera que por supuesto ganó con mucha diferencia.
En unos instantes el circuito era un hervidero de policías y tiros. Tanto de los buenos como de los malos. Aquello era el caos. El infierno sobre la tierra. Y vio una oportunidad para escapar. Por lo menos esa noche no lo pillarían. Tendría unas horas más para estar con su mujer, para demostrarle cuanto la amaba.
Sin pensarlo mucho más se escabulló en su coche y huyó de allí, solo se paró un momento para escuchar a la rata gritar de rabia. Después de tantos años libre le habían atrapado. Él deseó acercarse para escupirle en la cara y decirle que nadie amenazaba a su mujer sin pagarlo. Pero prefirió correr a los brazos de su mujer.
Volvió a su casa y se despidió de Titán que le dijo que estaba loco. No se podía romper un trato con la policía.
Entró en su habitación, ya desnudo, solo con los bóxers. Y se quedó quieto en el marco de la puerta observando la perfecta imagen de Mayra durmiendo. Su virginal camisón blanco le daba ese aire inocente que le volvía loco. Su pelo rubio desparramado por la almohada. Y ese redondo y abultado vientre que se adivinaba por debajo de la fina sábana. Ahogo un sollozo. Estaba seguro que no vería nacer a su pequeño. Su hijo. Ni siquiera había sentido sus pataditas porque había decidido que no quería moverse aún.
"Mierda de vida." Pensó con amargura. "Solo tengo unas horas." Volvió a pensar después y también pensó que no podía perderlas lamentándose.
Se acercó a la cama, destapó a Mayra y beso su barriga varias veces, pegó su oreja intentando sentirlo sin éxito.
-¿Qué haces cariño?- Preguntó adormilada ella.
-Intentar sentir a nuestro hijo.- Respondió él mordiéndose la lengua, no quería decirle que se estaba despidiendo del bebe.
La miró intensamente y le bajó las bragas despacio, mirándola a los ojos. Mientras ella se calentaba solo con esa mirada. Aferró las sábanas cuando esa lengua empezó a hacer maravillas en su cuerpo. Él no paró hasta que tuvo el sabor de su orgasmo en la boca. En sus noches tristes echaría de menos aquel sabor, se sentiría desesperado como un yonki en busca de su dosis. Se quedó unos instantes más saboreándola porque sabía que esa sería la última vez.
Luego fue subiendo regalándole caricias húmedas y besos amorosos, se entretuvo un rato con sus pechos haciendo que volviera a excitarse y volviera a gemir. Sus gemidos eran música para sus oídos.
Se acostó en la cama sintiendo que cierta parte de su anatomía iba a explotar, pero no quería entrar todavía en ella quería seguir saboreándola, quería guardar su sabor y sus suspiros para cuando no estuviera con ella.
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LOS JUEGOS DEL AMOR.
RomanceElla se ilusionó con León. Su vida estaba llena de sueños e ilusiones que empezaban con él y terminan con él. Una mañana fue a buscarle para darle una sorpresa y oye una conversación que deseó no haber oido nunca. Huye del lugar destrozaday tropieza...