Esto no duele.

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Natalia.

—Sí —río levemente, descendiendo la mirada a mi café acalamerado— Al final acabó sacándome la foto, pero aún ahora la tengo escondida por mi cara de ogro.

—Algún día la encontraré curioseando tu cuarto —me advierte y aunque hace unos segundos que no lo estoy mirando, siento sus ojos enzarzados contra mis párpados, los que parecen no querer desplegarse para mirarlo a él.

Te intimidaría, me advierto.

—Ni hablar —niego, efectuando un leve movimiento de cabeza.— De verdad, ese día me había enfadado muchísimo con mi madre —confieso.

—¿Te arrepientes?

—No.

Alzo la mirada a su rostro, queriendo mirarlo, no obstante, al momento me encuentro tratando de ocultar el rubor de mis mejillas ocasionado tan sólo por su mera mirada.

—Nunca podré arrepentirme de lo que viví con ella —me encojo de hombros y lo observo agachar la mirada.— Al fin y al cabo, serán esas meteduras de pata las que me hagan revivirla cuando pienso en ella.

Un sabor a pesadez amarga mi garganta y la idea de continuar comportándome con tanta sensatez carga en demasía mi pecho, sin querer soltar más palabras al aire.

—Sí —me da la razón, con una pizca de compasión en su tono de voz, el adecuado que deja al descubierto mi botón de autoreacción. Debo mantenerme firme.— ¿Nos vamos?

Sé que trata de desviar lo que me ha incitado a contarle, huyendo de la corrosiva bomba que podría explotar en el punto fijo de la linea tangente de nuestras miradas y que ahora la burbuja de culpabilidad acaba de cuajar en su mente. Y a pesar de que no debería culparse, porque desde el principio he sido yo la que ha dado la iniciativa para abrirme a la realidad y lanzarle mi incertidumbre, también estoy en lo cierto cuando digo que si él no hubiera aparecido con tanta cantidad de dudas, a mí me resultaría menos complicado alejarlo de mí.

—Está bien —asiento. El día continúa amargo y cubierto, y cuando salimos del Starbucks, una fría ráfaga de aire helado advienta mi cabello, causando unos repentinos escalofríos en mi estómago— ¿Tienes paraguas?

Niega y me mira, alzando ambas cejas y mostrándose un tanto divertido. Querría estrujarle mi labios en su mejilla, sin embargo, retengo tal gesto en mi mente y lo encierro con el patrón más complejo que alcanzo a formular.

—Pues ya me dirás como traspasamos toda esta lluvia —Mis ojos se abren y mi boca expulsa un bufido del fondo de mi garganta.

—Esto no duele —me mira y por un momento creo entenderlo, entrelazando todo que hemos hablado hace apenas unos minutos. Siempre parece tener la respuesta más precisa que ansio escuchar.— ¡Vamos!

En un par de segundos, observo como desaparece de mi lado, y sus pies comienzan a moverse en vaivén rápidamente esquivando los charcos de agua que se han formado en las aceras de la calle a causa de la elevada cantidad de precipitaciones, de las cuales el señor del tiempo no había comunicado.

Al principio, tan sólo frunzo el ceño y enlazo mis brazos flexionados, sin embargo, cuando mi vista no alcanza a verlo tras la pequeña neblina que cubre el ambiente y que también se mezcla con el aire, inmediatamente alzo mis talones y mi mentón se eleva con suficiencia. Resulta complicado soltar el orgullo.

Comienzo a caminar a marcha, recreando los pasos efectuados por Jesús y al cabo de un rato, lo encuentro recuperando el aliento bajo una de los toldos de un bar. Las gotas resbalan en mi pelo y evito imaginarme la imagen que debe de mostrar en estos momentos mi rostro junto a mi demacrado pelo. Me aferro a mi cintura, reconfortándome con el poco calor que desprende mi cuerpo, y en un par de zancadas me posiciono frente a Jesús, llegando a estar bajo una pequeña parte del toldo.

Finjamos ser algo. #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora