Te lo prometo.

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Natalia.

—Por la cara que tenía no parecía estar demasiado bien —murmuro, frunciendo luego mis labios. Quizá Ariadna ya no me importe como antes, pero el hecho de que ella pueda estar sufriendo continúa perjudicándome a mí también como desde la primera vez.

—Mi hermano se fue hace una hora a tu casa —comenta Jesús, soltando su aliento en mi oído, delicado y suave.— Ayer discutieron y Dani estaba molesto porque ella no le había respondido a las llamadas.

—¿Ariadna? —alzo una ceja, interrogante.

—Parece ser que sí.

Asiento, y recuesto mi cabeza sobre su pecho, cerrando los ojos y ocultándome una vez más de lo que ronda en mi cabeza.

—Hum... —Su voz se vuelve ronca y por un momento parece dudar. Permanezco en silencio, a espera de sus próximas palabras.— Natalia.

—¿Qué pasa? —murmuro, lanzando un suspiro al aire y pegándome un poco a su cuerpo. Desde un principio su olor ha sido algo cautivador para mí.

—La semana pasada comenzaras a contarme... Ya sabes.

Inmediatamente mi corazón da un vuelco y mis ojos no pueden evitar abrirse, vencidos por la realidad.

—Sí —asiento y vacilo unos segundos, sintiendo mi pulso acelerarse— Acabaré de contarte.

—Solamente si quieres —me advierte y aún sin tener visión de su rostro, sé que se encuentra frunciendo el ceño y formando pequeñas y adorables arruguitas en la parte superior de su frente.— No quiero presionarte.

—Está bien —Discrepo sus palabras y en un leve y apenas perceptible movimiento niego con la cabeza. Quiero contárselo, debo hacerlo. Y creo que él podrá ayudarme.

Sus brazos envuelven mi cintura, acogiéndome de manera inesperada entre su aliento, su respiración y el ritmo que ambos forman junto a los latidos que su corazón bombea aceleradamente en mi oído. No vuelvo a abrir los ojos hasta que siento un escalofrío correr a lo largo de mi espalda a causa de sus manos rozando mi mejilla.

—Después de haber cortado con él, no volvió a ser la misma —comienzo, obstentándome a guiarme por la sensación de sus manos sobre mi piel. Sonrío, tomando aire, y continúo.— Comenzó a tener complejo con su cuerpo, también a despreciarse a sí misma y a extrañar algo que continuaba teniendo. Creía que tanto Ariadna como yo habíamos dejado de ser sus amigas.

—¿Y por qué creía eso? —increpa Jesús. Su voz golpea suavemente mi oído y por un momento permanezco en silencio, tratando de evadirme de su distracción.

—Todo lo que había ocurrido con Marcos le afectó y aún alejándose de él, siguió encontrándose mal. —Enseguida vuelvo en mí y despliego un solo ojo.

—¿Y vosotras? ¿No la ayudasteis?

—Claro que sí —aseguro, asomando la mirada a su rostro— Era nuestra amiga. Pero ella ya no era capaz de mirar de frente a la realidad y se estancaba en un pasado que nunca tendría que haber existido.

—Entiendo —Asiente, alargando un pequeño sonido de afirmación y sacude la cabeza, con el ceño fruncido. Unos segundos después devuelvo la mirada a sus manos y las atrapo entre las mías.

—Intentamos reintegrarla con los demás del grupo, que saliese de nuevo con nosotras, que volviera a vivir como antes hacía, sin embargo, no lo conseguimos.

—¿Qué sucedió? —Su pregunta arrastra el recuerdo de la noche de su muerte a mi mente, agazapando cualquier signo de orientación que podría haber logrado en esta situación y llevándose consigo mi inocencia. Sujeto con fuerza sus manos y de alguna forma, su pulso me alenta a continuar.

Finjamos ser algo. #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora