3. Septiembre 30, 2015.

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Septiembre 30, 2015.


Regresaron anoche. A oscuras me tuve que arrastrar hasta el sótano, en donde me encerré a cal y canto. Los aullidos cesaron poco antes del amanecer.

     Pensé que me encontrarían, que de alguna manera entrarían en la casa y me devorarían bocado tras bocado. Por suerte, me he despertado antes de escucharlos, fue una especie de premonición; a media madrugada me desperté asustada y con la seguridad de que algo pasaría. Y por eso pude buscar resguardo a tiempo. Aunque cuando al fin salió el sol y con bate en mano revisé la casa, descubrí que ni siquiera habían hecho el intento de entrar. No quería pensar si le había pasado algo a algún vecino.

     Porque sí, todavía hay gente en las casas vecinas. No tendría lógica que solo yo me encontrara viva en este enorme vecindario. Como tampoco tendría lógica el que todos se hubieran atrevido a dejar la seguridad de sus propios hogares. Igual, poco importa, no hay comunicación entre nosotros, aunque de tanto nos chequeamos a través de las ventanas. Una de las ventanas laterales de la casa, la que da al ala este del vecindario, está llena de garabatos. Tip Tap Toe. Lo jugaba con Carlos. Chico rudo, creo que en su primer año de universidad. Cuando se declaró la cuarentena él estaba de visita por el cumpleaños de su madre. No sé a dónde fue a parar su madre, o su padre y sus hermanas, y aunque sé que Carlos sigue en esa casa, ya no se asoma, al menos no a esa ventana. Extraño a Carlos. Junto a los garabatos en la ventana eso fue lo que escribí: deberíamos estar menos solos juntos. Carlos seguramente lo había leído. Es obvio cuál fue su respuesta.

     No me gusta sentirme tan sola porque entonces me da por pensar en mi familia, y, ya saben, no sé en dónde están, ni si están vivos o muertos. Me entran ganas de llorar cuando siento que nunca seré capaz de conocer su paradero. Ellos bien saben dónde estoy yo. Siempre he sido obediente, y creo que jamás, en ningún momento, nunca, never, creerían que soy capaz de desobedecerlos.

     Ojalá tuviera al valor suficiente para salir a buscar a alguien, quien sea, con quien charlar. Pero sé que aunque no los escuche ni los sienta, ellos siguen ahí. Es el olor.

     Ese maldito olor que ha destrozado por completo mi apetito. 


JJ

El diario de Josephine JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora