Noviembre 04, 2015.
La entrada de ayer quedó inconclusa porque ya no pude seguir escribiendo. Una piedra. Alguien lanzó una puta piedra contra mi ventana. Casi me orino del susto, Dios mío. Solté el lápiz, dejé abandonado el cuaderno, y corrí hasta el refugio en el sótano. Ahí estuve hasta que me pareció era de día. Para mi desgracia, no lo era, y volví a encerrarme. Es terrible como uno pierde la noción del tiempo estando encerrado. Y como si necesitara más evidencia sobre mi posible contagio (el que vengo sospechando desde hace días pero que nunca he mencionado por miedo), olvidé que llevaba el reloj en mi muñeca. El cerebro no me está funcionando para nada.
Lo único que pude encontrar para defenderme fue un viejo y oxidado tubo que sepa dios qué hacía en ese lugar. Lo tomé, como un bate (que debería haber tomado mi verdadero bate pero a la hora de movilizarme lo dejé tirado, ¡qué demonios pasa conmigo!), y salí. Mi arma contra el mundo: un tubo oxidado. Éxito.
No es que durante el día la casa esté así de wow, qué iluminada, pero al menos se ve, se escribe y lee, se camina sin tropezarse y se encuentran las cosas. Así noté que mi diario seguía en su lugar, incluso localicé el viejo lápiz debajo de la mesa. Me quedé quieta un momento y al no escuchar absolutamente nada, seguí avanzando.
Era el cristal de una ventana en específico el único que podía estar roto, y hacía ahí me dirigí. Es que es esa ventana el único lugar por el que algo o alguien pueden entrar. He sido demasiado irresponsable.
Y hablando de la ventana, aprovecharé para relatar su historia. ¿Por qué esa ventana y no otra? ¿Por qué dejarla tan desprotegida con lo segura que me dejaron mis padres en la casa?
Todo sucedió un día... Está bien, no recuerdo qué día fue, sólo me pareció que me sentía demasiado encerrada. La mayoría de las puertas y ventanas están literalmente selladas, o al menos muy bien cerradas, y al inicio esto no me dejaba en paz. Ni siquiera pasó mucho tiempo. Me volví loca casi al instante. Entonces, pensándolo un poco, decidí que no vendría mal abrir una ventana. Por seguridad, obvio iba a elegir una del segundo piso, y eso hice. Al inicio volvía a sellarla. Bueno, no la sellaba, sellaba, sólo la cerraba lo suficiente para que así pareciera; ya después me ganó la pereza, y como cada vez era menos gente la que me rodeaba y los zombis no pueden escalar (hasta donde sé) dejé de estar pendiente. Y fin.
Ahora, siguiendo con la historia principal: abrí una puerta tras otra, hasta llegar al pasillo, el pasillo con varias puertas laterales (las habitaciones de mis hermanos y el «estudio» de papá) y al final, la ventana. Recorrer ese pequeño pasillo fue perturbador (si leyeron esto con cierta voz, los voy a odiar infinitamente aunque esté muerta, porque si alguien está leyendo esto eso es lo que significa). Estaba todo iluminado por la ventana abierta a fuerza, pero igual. Al pasar por la primera puerta, la de la habitación de Jonathan, pegué la oreja contra la madera, por seguridad. Si escuchaba algo, piraría como fuegos artificiales, y saldría volando de ahí. Silencio. Giré el picaporte. Cerrado. Yo lo había cerrado y sólo yo tenía las llaves. Yo, yo, yo, ¡quién más! Hice lo mismo con la siguiente habitación, la del pequeño TK. No encontré nada. Igual con el estudio. Entonces quedó la ventana. Los cristales rotos relucían bajo el intenso sol de la tarde (hoy hizo un calor exagerado). Cerca de ellos, una bola de papel.
Es obvio que las bolas de papel no rompen cristales. Hasta donde sé, al menos.
Tomé la bola para descubrir lo obvio: era una piedra envuelta. Desarrugué el papel. Perdí el aliento y segundo, y después leí lo siguiente (adjunto la nota como evidencia).
Soy Coen, tengo 15 años y estoy sano. No me han mordido, no me han picado, ni me han arañado. Tengo hambre. Huyo desde hace varios días, no sé cuántos con exactitud, perdí la noción del tiempo. Estoy solo y desarmado. Sea quien seas, prometo no hacerte daño. No lo haré, así que por favor, déjame entrar. O tira algo de comida por la ventana, lo que sea. Sé que hay alguien ahí. Lo sé.
No recuerdo cuánto tiempo llevo viajando solo y si descubro que aquí también lo estoy, no sé qué haré.
Se me deshizo el corazón. Yo llevo un mes sola (no insistan) y siento que ya no puedo soportarlo más. ¿Pero qué garantías tengo? Dice estar sano, pero ¿cómo comprobarlo? Comprobar su edad resulta fácil, sólo falta verlo. Pero de estar contagiado... Leí que eso toma tiempo. Yo misma podría estarlo sin saberlo. Quizá mis defensas son sólo un poco más fuertes que la de los demás, tal vez por eso mis padres me dejaron, porque estoy contagiada, porque pronto terminaré en la fila de los carnívoros desahuciados, porque...
Aunque lo he tomado como una simple broma con la que me mofo de mí misma y mi comportamiento cada vez más olvidadizo, la verdad es que entre más tiempo pasa más me convenzo. Mis padres me dejaron porque no querían verme convertida en un monstruo, pero al mismo tiempo, sabiendo que en algunos es un proceso lento, me dejaron bien protegida. Tal vez para proteger mi dignidad como ser humano un par de días más. Bueno, eso de la dignidad no importa nada cuando la sociedad se ha ido a la mierda.
¡Demonios! He manchado la página con mis estúpidas lágrimas.
No sé qué hacer, pero definitivamente sé que no debería estar pensando en estas idioteces. Menos escribiendo mis estúpidas fantasías.
JJ
____
Otra actu rápida. Este capítulo es un poquitín más extenso de lo normal, que siempre es mucho decir.
¿Será confiable Coen? Tan, tan ¡¡¡tan!!! xD
Muchas gracias por el tiempo que se tomaron para llegar hasta aquí. Comentarios y votos son bienvenidos y agradecidos casi en un nivel espiritual. Quien lo hace se adueña de mi alma <3
xD
Saludos.
ESTÁS LEYENDO
El diario de Josephine Jones
Short Story¿Hay alguna moraleja en esta historia? Nunca obedezcan a sus padres. Josephine Jones jamás imaginó que a sus dieciséis años le tocaría vivir un apocalipsis zombie. Menos aún, que tendría que vivirlo encerrada, en espera de ser rescatada, sin conoc...