Noviembre 29, 2015.
Caroline siempre fue tímida pese a sus siempre activas actividades extra curriculares (lo de «activas actividades» sonó mejor dentro de mi cabeza, lo siento por tener esta política de no tachar ni rayar). Hoy amanecí pensando en ella y en su cabello rizado. Tomé una revista vieja, le arranqué una página y doblé una ballena. Caroline me enseñó a hacer ballenas de papel. Origami, ya saben. Luego he seguido pensando en los zombis. Últimamente apesta un poquito más. Tengo miedo. Coen ha dejado de salir, se queda en un rincón de mi habitación, viéndome. Pasada la novedad, supongo que en realidad no nos nos gustamos tanto; tal vez, de habernos conocido de otra manera, ni siquiera nos soportaríamos. O quién sabe. Quizá luchamos contra una fuerza desconocida. O es que ambos validamos a Darwin con nuestra lejanía, o más bien luchamos contra él. Qué nada especial te sientes cuando son pocas las personas que te rodean, y con qué fuerza luchas para no caer en la idea de que todo es consecuencia de las circunstancias más que de sentimientos verdaderos.
He intentado hacerle platica pero él siempre parece ido en sus propias cosas. Es como si estuviera... como si estuviera aburrido. Creo que se va a ir definitivamente. He dicho (escrito, perdón) muchas cosas ya pero ahora que la situación parece más y más real, no creo poder hacerlo (bueno, es real desde hace mucho tiempo, es más como que antes huía de esta realidad y ahora me tiene acorralada). Algo me dice que si Coen me pregunta yo le contestaré: «no puedo ir contigo, tengo que esperar a mis padres». Y él lo sabe. Lo sé por la forma en que me mira. Desea pedirme algo y no puede, yo misma lo detengo antes de que se atreva a intentarlo. Me da miedo. Lo que él pueda llegar a decir me da miedo, y mucho más porque ya me he acostumbrado a su presencia y no quiero volver a la soledad de antes. Si se va dejará una inapelable certeza: quedaré completamente sola.
Y pienso... pienso que no me gusta pensar.
Pero esto no es vital. No del todo.
Solo quedan dos latas de comida en la bodega. Miro la llave de la otra bodega y se me encoge el corazón. Nunca la he abierto; está bien, esto no es precisamente así; he entrado, he visto las provisiones y nada más, sin explorar, sin contar, sin calcular. Mucho tiempo consideré que si comenzaba a tomar la presencia de esa segunda bodega improvisada con seriedad sería porque ya daba el regreso de mi familia por perdido. Además, papá me dijo que era la emergencia de la emergencia, que solo la abriera cuando ya no tuviera nada, y yo obedecí. No saqué nada de ahí. Siento que encontraré algo raro. ¡Qué demonios pasa con mi maldita obediencia! También llegué a pensar que era una bodega falsa, para proporcionarme una igual de falsa seguridad. A lo: «oye, no importa cuánto tiempo pase, hay doble provisiones, no necesitas verlas, con saber que existe ya basta para hacerle frente a ese mundo de fantasía de mierda en el que ahora vives».
Niños, la obediencia es mala, es como la muerte, pero más consciente y extremadamente pasiva.
Tengo miedo.
Sacaba comida de la primera bodega en paz, sabiendo que había otra igual de llena; pero ahora sé que ya no hay otra. Ya no hay más.
Inicia el conteo regresivo.
JJ
ESTÁS LEYENDO
El diario de Josephine Jones
Historia Corta¿Hay alguna moraleja en esta historia? Nunca obedezcan a sus padres. Josephine Jones jamás imaginó que a sus dieciséis años le tocaría vivir un apocalipsis zombie. Menos aún, que tendría que vivirlo encerrada, en espera de ser rescatada, sin conoc...