33. Diciembre 05, 2015.

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Diciembr 05, 2015.


Este es el día en el que supuestamente Coen se marcharía. Bueno, mala suerte, estamos rodeados.

     Ayer dejé el diario a medio escribir porque los no-muertos comenzaron a abalanzarse sobre las paredes y puertas de la casa. El sonido que sus cuerpos produce al impactarse es espantoso, la fuerza que le imprimen a sus «ataques» resulta alarmante. Antes de todo esto, muchos parecían bastante intactos, y escuchar cómo se rompen los huesos ellos mismos no resulta muy agradable. ¿Cómo es posible que criaturas tan torpes encabecen la lista de candidatos a la dominación mundial? Bueno, según Coen parecen menos torpes que antes. ¿Qué demonios les habrá pasado? «Evoluciona o muere» Claro, mi gran bocota. Pero ya viéndolo con mis propios ojos, ¿cómo negarlo? (Intento tan fuertemente negarlo, me aferro a ese pasado en que simplemente me parecían criaturas salidas de las pesadillas, y por tanto, no tan reales. Así de ingenua puedo llegar a ser). Me gustaría que Coen dejara de citar las diferencias porque no me ayuda en nada, y al menos uno de los dos debe mantener la calma para no terminar matándonos por error.

     Incapaz de soportar más esa sinfonía de huesos rotos y carne aplastada, tomé a Coen de la mano y muy silenciosamente me lo llevé al refugio. No me importó que él estuviera de un ánimo de perros. Lo llevé conmigo. Tal vez alejarlo de todo eso lograría calmarlo un poco.

     Estaba todo oscuro allí abajo. Mentalmente traté de recordar la salida de emergencia (otra maravilla ideada por papá y sus dotes de conspiranoico resentido). Quise encender una linterna, pero ni eso pude. Qué difícil es hacer cosas tan sencillas cuando tu cuerpo parece taladro automático.

     Es voz baja intentamos calmarnos el uno al otro. En la oscuridad nos buscamos y nos abrazamos con fuerza. Coen temblaba. Su mal humor parecía haber desaparecido ahora (o disminuido bastante al menos), y aunque no lo veía para nada, me pareció que nunca se había mostrado tan vulnerable en mi presencia. Caímos al suelo, todavía sin soltarnos. Estábamos en una esquina, al menos eso sí fui capaz de distinguir. Para nuestra fortuna, los mugidos de allá afuera no llegaban hasta allí. Aunque más que mugidos ahora parecían otra cosa. (No voy a humanizarlos. Me rehúso a humanizarlos).

     Lo siento, susurré contra su oreja la cual estaba helada.

     Él movió la cabeza y cuando intentó responderme de la misma manera, nuestras frentes terminaron chocando. Contuvimos la risa.

     La «conversación» continuó más o menos así. (Puede que mis recuerdos estén un poco idealizados, lo siento por eso, aunque sólo ha pasado un día, suelo exagerar las cosas cuando estas me resultan agradables).

     —Es que todavía no me decido —dijo al fin, fue apenas un susurro. (Un bonito susurro, debo agregar).

     —Puedes quedarte —le respondí. Sabía muy bien a qué se refería.

     —Bueno, en este momento no tengo muchas opciones.

     —No te preocupes por la comida y esas cosas. Ya saldremos de esta. Si no, a la ley del más fuerte. Tienes permiso para comerme, seas zombi o no. Tienes que prometer lo mismo —lo insté, divertida.

     —Tal vez no tengamos que hacer nada, y todo termine sin darnos cuenta.

     —Sería bonito.

     —Como... ¿recuerdas ese videojuego?

     —¿En el que desaparecieron una ciudad entera para «eliminar» la amenaza zombi?

     —Sí —rio bajito—. Pues aquí encerrados no seremos capaces de enterarnos de nada de eso. Sólo dejaremos de existir, como si nada.

     —Debería alarmarme, pero me sigue sonando bonito.

     —O tal vez sintamos el calor.

     —Está bien, no comiences.

     —Y la vibración. Nuestra piel desprendiéndose...

     —Ya, ya...

     —Moriremos —continuó—, pero si queda algo de nuestros cuerpos, puede que algún día alguien nos encuentre y nos estudie. Y las personas que nos encuentren y nos estudien se mirarán desconcertados y dirán: miren, este par murió de una manera horriblemente dolorosa, pero al menos nunca se convirtieron en zombis. Murieron humanos. Es lo que cuenta.

     Quise decirlo que los zombis también habían muerto siendo humanos, pero para qué perturbarlo más.

     —Yo quiero que digan: murieron mientras dormían.

     —Yo sólo quiero morir siendo yo.

     —Yo también —suspiré. A pesar de mi pesimismo, comprendía a la perfección.

     Nos quedamos en silencio largo rato. No sé por qué. Lo pienso ahora, mientras escribo, pero no me vienen las palabras necesarias para relatar todo esto. Fue como un sueño, sus palabras tontas, su abrazo demasiado fuerte y luego su silencio. Pasó como yo había deseado. Lentamente nos fuimos quedando dormidos. Pienso que el hecho de saber que de morir en ese momento no moriríamos solos, fue lo que nos regresó la tranquilidad suficiente para cerrar los ojos sin miedo. Además, de morir, quedará constancia en nosotros mismos, la autenticidad de nuestra existencia, y esa lucha, ya no en vano, por permanecer como somos, a pesar de las circunstancias y el poco poder que tenemos sobre ellas.

     Despertamos vivos (obvio) y sanos. Pasó un tiempo antes de que decidiéramos salir. Teníamos que cerciorarnos de la nueva localización de ese sucio ganado.

     Lo bueno: ya no se daban de golpes contra las paredes.

     Lo malo: seguían debajo de la ventana, que aunque no era la única salida, era la última que estaba dispuesta a arriesgar. Aunque, a estas alturas, creo que estamos completamente rodeados, así que da igual.

     ¿Sienten la presencia de la carne humana fresca?

     ¿Cuánta gente sana quedará allá afuera?

     Imagino que no mucha, por eso nos encontramos rodeados. Algo me dice que seguiremos así largo rato.

     Por fortuna, Coen ya está muchísimo mejor. 

JJ


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Otra vez pasó el tiempo y yo ni enterada. Perdón por eso. Intento actualizar con regularidad pero se me va el avión ;.; 

Espero la historia les sigua gustando. 

Gracias por leer.

Saludos.

El diario de Josephine JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora