Hacer el amor

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Molly saltó a mis brazos y se enganchó a mi cuello. Nuestros labios empezaron una danza lenta y coordinada que pronto me empezó a llevar a la locura más extrema. Metí mis manos por debajo de su camisa blanca de algodón, tocando su piel suave, aterciopelada. La saqué por encima de sus brazos y la coloqué sobre mi cama, con delicadeza, como una princesa lo merecía. Quité su sostén y apreté con suavidad sus pequeños pechos en mis manos, cabían perfectamente. Ella estaba muy avergonzada y cubría su cara con un pequeño cojín. Se lo quité. Eso era un crimen, era como pintar la Mona Lisa de negro. Ella no podía esconder su bella cara de mí.
Mantuvo su mirada en el techo mientras yo besaba cada esquina de su pequeño cuerpo.
Cuando subí para mirar sus orbes tan azules como el mar ella apartó la mirada. Dirigí mi mano hacia su mejilla posicionando su cabeza de manera que me dejase ver esas dos circunferencias que me daban vida. Mayúscula fue mi sorpresa al darme cuenta de que el azul había sido sustituído por el negro, solo quedaba un halo de este alrededor de la pupila dilatada. Di un beso en su frente y agarré sus manos. De esa manera le hice saber que iba a proceder.
Entré en su interior con suavidad, para no hacerle daño, y una vez que entre todo me quedé un rato quieto para que se acostumbrara.
Repartí besos por su cara roja y sofocada. Le susurré un millón de "te amos" para que olvidara el dolor. Cuando estuvo lista, asintió y empecé a moverme. Empezamos nuestro viaje al séptimo cielo juntos, lentamente y sin prisas. Con una energía inagotable. Nuestros labios juntos al igual que nuestros cuerpos, los dos siendo uno, el complementario del el otro. Sus pequeñas manos en mi cuello, sujetándose. Sus pequeños quejidos silenciosos y adorables. Entonces paramos de mirarnos a los ojos y ella sabía, y yo sabía. Y todo vino como un tren a toda velocidad. El sentimiemto nos vino a ambos. Y estallaron los fuegos artificiales, florecieron las rosas y cantaron los pájaros.
Su sonrisa era grande al igual que la mía y había pequeñas lágrimas en las esquinas de sus ojos. Sabía que ella estaba tan abrumada como lo estaba yo. Y simplemente nos reímos. Porque no hacía falta expresar como nos sentíamos, porque nuestra conexión era fuerte, eramos uno.

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