—Micaela, amor. — Era mi madre llamándome mientras salía de la cocina. — Revisé en la alacena y estamos vacías. No seas mala, llama a Luke y dile que te acompañe el supermercado. Cuando lleguen puedes invitarlo a cenar. Estoy sofocada en trabajo, apenas y puedo respirar.
—Pero mamá.— Le dije sin despegar la vista de mi celular. — Es sábado, ¿no podemos hacer el súper mañana? A parte, ya tengo planes con Luke. Iremos al cine en la noche.
Mi mamá me miró con una cara de pocos amigos y supe que tenía que ir sí o sí. Me resigné y dejé de protestar. Era lo menos que podía hacer por ella, por nosotras.
Llamé a Luke como mi madre había dicho pero no obtuve respuesta, tal vez podríamos cambiar la hora del cine y pasar al supermercado saliendo. No obtuve respuesta, tendría que apurarme si quería llegar para poder salir con Luke.
El sol comenzaba a esconderse pero bien dicen que Nueva York es la ciudad que nunca duerme.
Sólo serían unos cuántos cereales y frutas, nada que no pudiera resolver.
Salí de mi caza dispuesta a tomar el tren en la estación de enfrente. No tardó mucho en llegar, lo único malo era que la estación más cercana al supermercado estaba como a 5 minutos de éste caminando. No me molestaba, pero solamente de pensarlo me daba flojera.
Después de una larga fila para pagar, con 5 bolsas de plástico en mis dos manos (sí, tal vez debí haber escogido papel, pero iba a ser más incómodo de cargar. Error mío); me dirigí a la estación de nuevo con mis brazos un poco cansados y fastidiada por el ruido y la cantidad de gente que habitaba en la ciudad.
Me senté en una de las bancas para esperar el tren. Sólo quería descansar un poco. Estando ahí, sentada, observando a la gente correr, gente que acababa de salir de su trabajo, gente que no sabía cuál era su destino el día de mañana, me di cuenta que nadie lo sabe, ni tú, ni yo. Cada quién tiene una historia que contar, una vida diferente, un mundo en la cabeza. Cada quién tiene sus propios problemas, cada quién tiene batallas para luchar, a veces no sabemos si están solas y por eso siempre debemos de ser amables, sin excepciones.
La gente seguía caminando o corriendo en los largos pasillos de la estación con la luz de la luna en el cielo. Cuando estaba dispuesta a abandonar el lugar ya que el tren se aproximaba, una cabellera roja llamó mi atención justamente frente a la banca en la que yo estaba. Una vía de tren nos separaba.
Lo vi.
Su playera de mangas rotas, sus jeans negros, sus audífonos en el cuello y su semblante frágil me llenaron mi cuerpo de nervios. Era fiel creyente de las casualidades y ésta se me hacía una muy grande.
A lo lejos podían verse las bolsas debajo de sus ojos, que resaltaban en su tez pálida y hacían juego con su cabello.
Sin que pudiera protestar, mis pies ya estaban yendo en su dirección, lentamente, sin saber bien qué era lo que estaba haciendo. Me daba intriga.
Sus ojos llenos de lagrimas salieron de su trance y me miraron. Sus ojos, tan vulnerables.
—¿Quién eres?— me dijo suspirando varias veces mientras analizaba mi rostro y se tapaba los ojos con sus manos, tratando de impedir que lo viera.
— No es necesario que lo diga, supongo que ya me has visto antes. — Le dije con una sonrisa sincera.— Supongo, que también tomas el tren muy seguido. ¿es algo molesto, no lo crees? — le dije intentando mantener una conversación para distraerlo y que se olvidara del mundo un pequeño momento.— No llores, todo estará bien. Yo te puedo escuchar.
Inconscientemente le di pequeñas caricias en su espalda. El chico al primer rose se tensó y comenzó a temblar, así que rápidamente aleje mi mano.
—Yo no. No merezco tener amigos. Tampoco los necesito. Sé que no soy buena persona. — dijo lentamente y más lágrimas corrían de sus hermosos ojos verdes apagados y tristes.
—Todo el mundo necesitamos a alguien con quien compartir nuestros secretos, todo el mundo necesita a amigos verdaderos, todos lo merecemos. No estés triste. —le dije con una sonrisa torcida.
—Yo no. Yo lastimo a las personas que me quieren, o a las que intentan quererme, que ha sido nadie. Aparte, — me miró. — ¿en qué mundo puedes joder a alguien contándole tus problemas de mierda, para que al último sólo te diga que todo estará bien. La gente tiene demasiados problemas como para escuchar los de un tonto como yo, así que los guardo para mí, gracias.
En otras circunstancias y con mi poca paciencia hacia las personas, me hubiera ido sin siquiera haberle respondido. Me hubiera marchado y lo hubiera dejado solo.
No lo hice. No podía hacerlo.
Respiré.
— Hey, tranquilo. Mejor dime tú. ¿En qué mundo una extraña se acerca a un chico llorando en una estación para preguntar cómo está? ¿No crees que de alguna manera le causas cierta curiosidad? — Le dije levantando mis cejas.
Cada cabeza es un mundo, sí, y el mundo de este chico gritaba peligro, gritaba dolor y gritaba tristeza. Pero el día de mañana nunca sabes dónde estarás. "Oportunidades como ésta sólo aparecen una vez en la vida" había escuchado por ahí.
Decidí tomar el riesgo y me quedé sentada a su lado en la estación dejando pasar varios trenes más y con un regaño seguro de mamá al llegar a casa.
Pero cada segundo valdría la pena.
Porque lo hice sonreír.