esta es una especie de continuación del capítulo anterior oks lol
Michael.
la amo. maldita sea la amo, amo a esta maldita perra. la amo.
estaba a punto de contarle la vida de mierda de Michael Clifford. de todas las veces que me he querido ir de esta jodida vida, esta hermosa chica estúpida me lo impedía con sus ojos y su sonrisa de mierda.suspiré.
—cuando era niño... —tapé mi rostro con mis manos y sollocé como un maldito hijo de perra delante de ella.
—puedes contarme lo que sea, bebé. —me dijo y sentí un alivio en el pecho al saber que no tiene que temer de mí. por eso era tan estúpida. está aquí sentada conmigo mientras debería estar haciendo cualquier otra cosa. como admirar su belleza en algún pinche espejo.
sollocé incluso más fuerte y poco me importaba lo cobarde que me pudiera ver.
—mamá me dejó... —las lágrimas comenzaron con tanta intensidad que me era difícil articular las palabras.—yo era un maldito niño tonto, al que abandonaron.
la intriga en sus ojos me dijo que tenía que continuar. que no me iba a juzgar por mi pasado y por lo más cliché que pueda sonar ella era mi vida ahora. era mi presente.
«todos en la escuela se burlaban de mí, Micaela, todos me decían cosas feas. me afectaban. ¡y a qué pinche niño de 11 años no le afectarían!
—lo sé, Michael, lo entiendo. —me daba miradas comprensivas.
limpié mi cara al sentirla empapada por lágrimas, y continué.
—salí de estudiar, ni siquiera sé cuál es la capital de Estados Unidos. soy un estúpido.
—estabas solo, Michael, y eras un niño...
—exacto, — la interrumpí.—estaba solo. toda mi vida me faltó mi madre, mi padre me faltó todo. la casa en donde vivo ni siquiera es mía, es del maldito, Mark. un amigo que murió por las pinches drogas. —sonreí al recordar al drogadicto y sonriente Mark. creo que sino hubiera sido por él, estuviera viviendo en la calle o ni siquiera estuviera— yo quería llegar a ser alguien, quería que alguien estuviera orgulloso de mí, quería que me dijeran que a pesar de todo había seguido adelante. ¿pero quién? Mic, no tenía a nadie. —las lágrimas iban desapareciendo y cada vez me sentía mejor. me sentía mejor de al fin hablarlo con alguien, ya que, jamás había contado lo que tanto me afectó.
«la causa de mi ira y depresión fueron los insultos que cada día recibía. las crueles palabras me llegaban hasta adentro. no lo soportaba. Micaela, —la miré. —llegué a mandar gente al hospital. era (soy) una bestia.
«fue hasta ese maldito día en la estación en la que una maldita chica se había acercado a hablarme. qué curiosa.
sonrío al quizá recordar la primera vez que hablamos, que me mostró su sonrisa de que aún había esperanza en esta pinche vida.
«te acercaste con tus bolsas del súper y con una sonrisa radiante. —sonreí. —te veías hermosa.
la miré y sus mejillas tomaban un color rojo, aunque la sorpresa era evidente en sus ojos.
—tengo que admitir que te veías mal aquel día. sólo quería ayudarte. estaba tan intrigada en ti.
—y te agradezco por ello. te agradezco por no huir de mí, de alguien que es malo para ti, Mic. te lo agradezco de corazón, negro t roto, pero tú, sí, tú, le estás poniendo color y poco a poco lo vas reparando.
«no tienes qué decirme nada ahora, acerca de mi pasado, sólo miraré hacia adelante. lo haré por ti, por nosotros.
me abrazó y después de toda mi vida, por primera vez, pude sentirme vivo en los brazos de aquella chica.—Washington. —dijo contra mi cuello.
—¿qué?— le pregunté.
—la capital de Estados Unidos es Washington.la amo.