Capítulo 2

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La historia de cómo mi padre había logrado sacarnos de la desesperación que reinaba en la capital y mantener a mi familia unida, es un milagro, siendo que la situación para ese entonces era aún peor que ahora, pues siempre habían registros exhaustivos a cada una de las familias, y no había forma posible de que alguien logrará salir de ahí en compañía de al menos uno de sus hijos... Claro, imposible no para mi padre, que era capaz de dar la vida por nosotros. Cómo amaba a ese hombre; siempre tan valiente y obstinado, pero cariñoso y cálido conmigo y mis hermanos. Siempre admiré su astucia e inteligencia, que en varios momentos nos ha salvado la vida. Esa ocasión, fue una de ellas, y jamás la olvidaré:

Era un domingo por la tarde, estaba apunto de oscurecer, la tenue luz del sol aún iluminaba el cielo, y los tonos de azul se combinaban con otros anaranjados y rojos, tal escenario me fascinaba, me hacía olvidar las dificultades a las que nos enfrentábamos en ese momento. El día anterior mi padre había pasado toda la noche planeando, junto a mí madre, la estrategia que seguirían, recuerdo escucharlos desde mi cuarto diciendo cosas como " debemos hacerlo cuando haya poca vigilancia" "ser cuidadosamente silenciosos" así como decir a mi madre "nunca funcionará..." Sin embargo, aún con todas las dudas que surgían y la incertidumbre que a cada momento se producía, mi padre era un hombre muy convincente y, sobre todo, sabía convencer a mi madre, y claro, ella confiaba en en el.

Aún está vivo en mi memoria ese momento en el que mi madre se puso muy nerviosa y el estrés de todo lo que estaba pasando la empezaba a consumir

-¡Jamás lograremos mantenernos juntos, ambos sabemos que nos encontrarán y nos arrebatarán a nuestros hijos antes de que nos demos cuenta!- luego, comenzaba a derrumbarse - Yo no... no soportaría perderte, no soportaría perder a nuestros hijos... Son todo lo que tengo- entonces lágrimas comenzaban a caer de su rostro y comenzaba quebrarse, a volverse frágil.

Mi padre tampoco resistió mucho, no soportaba verla así, llorando; entonces la acercó a él, la rodeó con un brazo y mirándola a los ojos, le acarició la mejilla y le dijo con una voz suave y tierna -Te amo más de lo que imaginas, y sabes que siempre cumplo lo que te prometo, en especial cuando se trata de nuestra familia- hizo una pausa y le besó la frente -Te prometo que saldremos de esta, te prometo que seguiremos juntos. Te amo dulzura.- entonces ambos se abrazaron y permanecieron así un largo rato, mi madre se tranquilizó, siempre lo hacía en los brazos de mi padre.

Me gustaba ver lo mucho que se querían, yo solo podía desear ser como ellos alguna vez, tener a alguien que me amara y me protegiera sobre todas las cosas, que tan solo el escuchar su voz me calmara y me hiciera sentir que todo iba bien. Obviamente eso no iba a pasar en las circunstancias en las que nos encontrábamos.

Al ir avanzando por las calles desiertas, mientras se metía el sol, me preguntaba si el plan de mi padre funcionaria, si podríamos salir de allí, porque de ser lo contrario, sabía lo que me esperaba, un largo viaje hacia un país desconocido, donde sería tratada sin consideración, porque aún a las mujeres se les recluía para el servicio militar, y aunque había sus excepciones (incapacidad, problemas de salud o simplemente ser demasiado torpe), quienes no terminaban disparando un arma acababan ayudando en trabajos pesados en los centros de entrenamiento, desde limpiar los baños hasta trabajar en la cocina. Cualquier opción estaba mal. No habíamos escuchado mucho de cómo era la vida ahí, pues quienes se iban no volvían, e incluso, si tenias suerte, te informaban si tu hijo ya había muerto. Parece que al gobierno de Armenia no le interesaba mucho lo que les pasara a aquellos jóvenes y niños, creo que lo único que pensaban era <Menos bocas que alimentar> podría apostar que ese era el beneficio que más les agradaba.

El precio de una deudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora