Capitulo 13

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—Señorita Harvs, la estamos esperando— dijo seco.

Verlo así me asustaba. El nunca había sido así conmigo y no podía dejar de preguntarme qué le pasaba ¿Dónde está el Jack amable y atento que conocí?

Me dirigí hasta donde estaba el, y me quedé viéndolo a los ojos, pero lo sentí distante, frío, como si me viera pero su mente estuviera en otra parte... Finalmente se volteó y miró el campo de obstáculos.

—Puede empezar con cuando guste— dijo y vi hacia dónde apuntaba su mirada...

¿Acaso era una broma? Un palo como yo jamás podría lograrlo. La cosa estaba así: primero debía sortear una serie de obstáculos, zigzaguear entre llantas, saltar conos y escalar un muro muy alto, después llegaría a una malla metálica colocada horizontalmente, a la altura de mis rodillas, donde tendría que tirarme pecho a tierra y arrastrarme... Mátenme, por Dios, mátenme ahora.

Al final de todo esto estaba la soga, colgada de un tubo metálico desde una altura de unos diez metros... ¿En serio? ¿Yo trepando hasta allá? Trágame tierra.

Ya me había tardado demasiado y Jack solo me observaba, ordenándome con esa mirada que empezara de una vez. Tenía ganas de llorar, porque no entendía como esos ojos verdes que tanto me llegaron a gustar, y que tanta confianza me infundieron, ahora me estaban provocando miedo... Sí, miedo.

Comencé a correr hacia la fila de llantas, y pronto estaba zigzagueando sobre ellas, luego los conos, uno tras otro... Iba muy bien y hasta empecé a hacerlo con confianza...

Demasiada confianza... cuando acordé ya estaba en el suelo. Había desviado mi mirada un instante y logrado satisfacción al ver a mis compañeros apoyándome, luego un paso en falso y mi pie se dobló. Dolor... la caída me había cobrado un buen golpe, y mi tobillo había sufrido consecuencias.

Estaba sentada en el suelo, apretando los dientes para contener el dolor. Vino a mi mente aquella vez en el campo... Esa tarde con mi padre, cuando, corriendo por el sendero, una irregularidad en el suelo y una inoportuna piedra hizo que me desequilibrara y mi pie se doblara hacia dentro. Me había dolido mucho, y mi padre había tenido que cargarme hasta la casa para que mi madre pudiera curarme con sus pomadas y remedios caseros. Y así fue, después de una serie de compresas, pomadas, hierbas y reposo; mi pie volvió a la normalidad y yo pude seguir como si nada.

Ahora estaba sola. "Sé fuerte Jane, no llores" me repetía a mí misma. Cómo deseaba que mi padre apareciera para cargarme en sus brazos, y que mi madre estuviera para curarme... ¡Ya! Deja de pensar en eso! Me ordené de inmediato. Darle más vueltas al asunto no me ayudaba en nada, solo me hacía sentir miserable. No era momento de autocompadecerme, debía sacar adelante a mi familia... Bueno, al menos a mis hermanos y a mí.

Mientras yo pensaba y discutía conmigo misma, parece que los demás habían estado reclamando y poniendo objeciones; les parecía injusto (o al menos a la mayoría, porque seguro Chloe estaría feliz) que Jack me hubiera puesto como primera, y que siendo que estaba lastimada me obligará a continuar. Alcancé a escuchar la voz de Luke.

—Déjame ir por ella... O al menos, yo tomaré su lugar, haré el ejercicio doble o triple, pero es que ella está lastimada...— le suplicaba a Jack.

Pero esos ojos verdes seguían clavados en Luke con tanto resentimiento... La mirada fría, decidiendo qué hacer.

Finalmente me decidí a pararme y continuar. Seguiría a como diera lugar. ¿Una torcedura de tobillo podría conmigo? No lo creo. Si tan débil era, ¿cómo soportaría enfrentarme a una guerra real? Así que saqué fuerzas de donde pude e intenté levantarme, pero justo estaba haciéndolo cuando escuché un silbato. Era la general.

—¡De vuelta al entrenamiento!— ordenó a todo el escuadrón y ellos respondieron al unísono.

—¡Señor, sí señor!

Luego pude ver que se dirigió a Jack, le quitó el silbato y regresó con los demás para ordenar que comenzarán con el campo de obstáculos. Entonces vi que Jack se dirigía hacia mi. Se me paralizó el corazón. Sus bellos ojos se clavaron en mi mirada, y agachándose , me tomó en sus brazos. Me alzó y nos dirigimos al edificio donde estaban las habitaciones, yo lo seguía viendo, intentando descifrar que era lo que pensaba, lo que sentía... Pero el tenía la vista clavada hacia el frente. Quería hablar, pero no me salían las palabras, así que no hice más que callar hasta que llegamos a la enfermería.

Ahí, Jack me sentó sobre una camilla, y después, una enfermera apareció con un estetoscopio, vendas y una jeringa. ¿Qué iba a hacer? Yo nunca antes había estado en un consultorio o algo parecido, así que miraba a todas partes y apenas y prestaba atención a lo que decía la enfermera. Algo sobre un tobillo dislocado y una torcedura, pomadas y reposo temporal. Así que salimos pronto de allí, la enfermera me colocó pomadas, me puso una venda (e hizo otras cosas a las que no presté cuidado) y finalmente me dijo que podía regresar, pues con un día o dos descansando estaría bien, siempre y cuando me cuidara.

Dispuestos a volver, Jack estaba apunto de cargarme, cuando me opuse.

—Puedo hacerlo yo sola— le dije, seca. Si el podía ser frío, yo también.

—No lo creo— me respondió, con dureza.

—No dependo de nadie, y si te digo que puedo hacerlo sola, es porque así es. No necesito tu ayuda— elevé la voz, aunque se me quebró un poco. El se me quedó viendo, y de pronto sentí que el comenzaría a llorar. Su mirada cambió, y percibí que hacía un gran esfuerzo por mantenerse firme.

—Te llevaré hasta tu habitación — me dijo, despacio. Yo ya no pude renegar, de modo que lo hicimos a su manera. Me cargó en sus brazos, y durante todo el camino permanecimos en silencio. Me volvía a sentir segura, protegida. A pesar del temor y el silencio torturador, me sentía bien teniéndolo tan cerca, como un refugio seguro.

Por fin llegamos, y él me dejó con delicadeza sobre la cama. Lo miraba fijamente, esperando que dijera algo, que me explicara qué era lo que le pasaba. El solo evitaba mi vista, se apartó de la cama, y se puso de espaldas. Así que lo único que veía era su espalda (ancha y fuerte, por cierto) mientras él solo suspiraba.

—Lo siento, Jane— pronunció por fin —Pero hay algo que debo de decirte.

El precio de una deudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora