Capítulo 4

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Llegué a mi hogar luego del seminario introductorio a las actividades deportivas y culturales de la escuela, una muestra de las diversas opciones que el instituto ofrecía a los alumnos de último año para cubrir los créditos solicitados en el programa escolar, independientes a las cuatro especialidades de los bachilleratos. Melissa eligió fútbol y arrastró con ella al equipo a Catalina, quien no estaba convencida de ser la mejor opción al no contar con una coordinación motriz adecuada para un deporte tan demandante como aquél. Mario y Andrés se inclinaron por el básquetbol, actividad que les apasionaba desde que eran pequeños. Alberto optó por un taller de oratoria que lo ayudaría a desenvolverse mejor en su futura profesión. David y yo decidimos formar parte del staff del taller de teatro, el cual realizaba dos obras diferentes durante el semestre; nuestras obligaciones se resumían en ayudar con la escenografía y asegurarnos de que todo marchase bien los días de las presentaciones.

Era más de las cuatro de la tarde del viernes, mi madre ya debería estar en casa, pero no se escuchaba algún indicio que me confirmara su presencia. El silencio interrumpido por el tic tac del reloj sobre la chimenea. Dejé la mochila sobre un banco de la sala y colgué mi gorra en el perchero detrás de la puerta. Me dirigí hacia la cocina cuando mi celular vibró dentro del bolsillo de mi pantalón, lo saqué y leí el nuevo mensaje que apareció en la pantalla.

«Salí con las chicas, llegaré tarde a casa. Hay pollo en la nevera y vegetales frescos en el refrigerador para que comas. También dejé dinero en el cajón de los cubiertos por si quieres ordenar una pizza para cenar. Te amo.»

Me reí, pues sabía que estaba mintiendo. Llevaba más de tres meses saliendo todos los viernes con sus amigas, pero ella no estaba enterada de que en varias ocasiones me encontré con sus supuestas acompañantes nocturnas en lugares diferentes a los que me decía donde pasaban el rato. Era evidente que mi madre estaba saliendo con alguien, pero aún no se atrevía a contármelo. Valeria era una mujer discreta en todos los ámbitos de su vida, y no me sorprendía que quisiera mantener una relación en secreto. No me molestaba, por el contrario, respetaba su intimidad y de cierta manera me alegraba que no se quedara en casa martirizándose por lo que sucedió en el pasado con mi padre. Continuar con su vida era lo ideal. Algún día yo me marcharía de casa y me gustaría que ella tuviera con quien compartir los días en los que no pudiera estar cerca de ella. Alguien que la cuidara y la amara como mi progenitor no supo hacerlo.

Suspiré divertido, y no me molesté en responderle. Había comido un emparedado con patatas fritas en la escuela, por lo que no tenía hambre, pero quería ir por algo de beber para pasar la tarde. Regresé a la sala mientras tecleaba el número que aprendí de memoria inconscientemente desde la primera noche que lo registré en la agenda de los contactos de mi teléfono. Se escuchó el tono de espera: una... dos... tres veces hasta que una adormilada voz respondió al otro lado de la línea.

Hola Adrián...

—Hola Little Darling. —Dio un largo bostezo, interrumpiéndome—. Oh, lo lamento ¿estabas dormida?

—No. —Se rió—. Sólo terminaba de arreglar unas cosas antes de que mi papá pase por mí. ¿Por qué?

—Mmm... —Caminé a lo largo de la sala de estar de ida y vuelta con presurosos pasos—, ¿crees que se moleste si te robo por unas horas?

Se quedó callada un par de segundos antes de responder con complicidad: —No lo sé... Depende de qué tengas en mente.

Me reí. —Ya lo verás. Pasaré por ti en veinte minutos.

De acuerdo. —Podía imaginarla sonriendo—. ¿Debo ir vestida de alguna forma en particular?

—No. —Me senté en uno de los sofás individuales—. De todas formas te ves bien con lo que sea.

Para la chica que siempre me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora