Desperté confundido, con un terrible dolor de cabeza y un amargo sabor en la boca. Miré a mi alrededor con los párpados entrecerrados. El reloj marcaba las once de la mañana. Estaba en mi habitación, vestido con la misma ropa de la noche anterior, pero no recordaba cómo había llegado hasta ahí. Intenté incorporarme sobre la cama, pero mi cuerpo se sentía pesado, ajeno a mí, y no respondía con normalidad. Tuve que girar sobre mi costado para acomodarme en la orilla de la cama y poder erguirme. Sentí un mareo y mi visión se volvió borrosa por unos segundos hasta que se acopló a la claridad de la recámara.
Permanecí unos segundos inmóvil, temeroso de volver a sumergirme en una momentánea y vertiginosa confusión. Me sentía fatal. Con el estómago revuelto, un terrible ardor en la garganta y una constante punzada en el cráneo. Prometí no volver a beber, pero sabía que era una mentira originada por la desesperación del malestar en mi cuerpo. Inhalé profundo para aminorar la agitación en mi respiración.
Las piernas me temblaron cuando me levanté de la cama, doloridas sin alguna aparente razón. Caminé hasta el espejo que se hallaba detrás de la puerta de mi habitación y ahogué una expresión de sorpresa cuando vi mi labio inferior hinchado y morado a causa de una herida.
Angustiado, busqué en mi memoria para recordar con nitidez lo que había sucedido en el bar, algún indicio que me revelara el motivo de aquella lesión: pero sólo conseguí vislumbrar numerosos tragos entre brindis y risas. Una banda de rock, cerveza, gritos de diversión. Nada fuera de lo común en una noche de copas con mis amigos... Bueno, nada más que el exceso de la bebida, al cual no estaba acostumbrado.
Toqué la costra con la punta de los dedos, mi madre me mataría cuando me viera. Exhalé, resignado. No había nada qué hacer más que enfrentar el regaño y el posible castigo que tenía bien merecido.
Me quité la playera y la arrojé al cesto de ropa sucia. Después me senté en el borde del colchón para despojarme de los jeans, incapaz de hacerlo de pie por la falta de equilibrio que me generaba el malestar general de mi cuerpo. El roce de la mezclilla sobre la piel de mis rodillas ardió, entonces descubrí un enorme moretón en cada una de ellas y pequeños rasguños. Me quedé boquiabierto, pensando en lo fácil que era hacer estupideces bajo los efectos del alcohol.
—¿Qué más habrás hecho, Adrián? —Me pregunté a modo de reproche.
Las desagradables sorpresas continuaron cuando tomé mi celular del buró de un lado de la cama y me encontré con la pantalla estrellada. Sentí un doloroso golpe en el pecho, y un escozor en la garganta. Fue un descubrimiento devastador. Sujeté el teléfono entre mis dos manos con cuidado, y oprimí el botón para desbloquearlo, por suerte aún funcionaba, pero la imagen se veía distorsionada debajo de las líneas del cristal roto. Era una dura forma de abrirme los ojos a las consecuencias de actuar irresponsablemente y sin consciencia. Tal vez las cosas ya no podían empeorar, pero no quería arriesgar a moverme y seguir encontrándome con los destrozos ocasionados por una noche de embriaguez.
Me asomé por la ventana para inspeccionar el panorama, aunque la luminiscencia del sol me provocó una oleada de molestas punzadas en la parte posterior de la cabeza. El cielo estaba despejado, el vecino de enfrente cortaba el césped de su jardín, el auto de mi madre no estaba. Y el mío apenas iba llegando.
Esperen... ¿Qué diablos?
Bajé las escaleras corriendo, ignorando todo rastro de dolor. El corazón me palpitaba con fiereza. Estaba asustado, no sabía qué esperar una vez que llegara a la calle. Abrí la puerta con brusquedad, nervioso por lo que pudiera encontrarme al otro lado. Por fortuna, la persona que salió de mi vehículo era David. Llevaba sus lentes oscuros y un cigarrillo encendido entre sus labios. Me miró desde la acera y se rió. Durante su caminar hacia mí me lanzó las llaves y las atrapé en el aire con torpeza.
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Para la chica que siempre me amó
Dla nastolatkówAdrián nunca fue creyente del verdadero amor, o no lo fue hasta que conoció a Ana, la chica que se convirtió en su mejor amiga. Ella le demostró que el amor existe, pero él se encargó de enseñarle que a veces un sentimiento tan puro no es suficiente...