Capítulo 32

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Eran casi las cuatro de la tarde del domingo cuando desperté. Por fin había podido conciliar un profundo sueño, y mi cuerpo cedió ante él durante casi catorce horas seguidas, lo que significó un completo descanso tanto emocional como físico, el cual aún me tenía adormilado a pesar de sentirme más relajado.

Giré sobre mi costado para recostarme boca abajo. Las preocupaciones que me habían embargado hasta ese momento parecían no tener efecto. Me sentía un poco más libre, porque mi amistad con Ana estaba bien después del beso, y mi relación con Tania pronto aclararía el último de los malentendidos que pudiera perjudicarnos. Por fin todo indicaba una tregua, durante la cual podría disfrutar de la vida tranquilamente.

Esa felicidad era la de alguien que tiene lo que quiere, sin presiones ni pendientes que pudiesen perturbar la paz. O por lo menos así fue hasta que mi celular comenzó a repiquetear sobre la madera del buró.

Extendí el brazo para alcanzar el teléfono. En la pantalla leí el nombre de Tania y una sonrisa serena se dibujó entre mis labios. Era un buen augurio, pues después de cada pelea o discusión yo era el que la buscaba, y ver que ahora ella tomaba la iniciativa reforzaba mi creencia de que realmente se estaba esforzando por nuestra relación.

—Hola amor. —Saludé con un ánimo mejorado, aunque un poco nervioso por lo que pudiera escuchar al otro lado de la línea.

Adrián... —Sollozó contra el auricular.

Su tormentosa voz hizo que me irguiera sobre los codos, como un reflejo de la tensión que se acumuló en los músculos de todo mi cuerpo.

—¿Qué pasa?, ¿te encuentras bien?

N-no. —Lloriqueó, lo que hizo que su voz fuera poco inteligible—. Te necesito, ¿puedo ir a tu casa?

—Sí, claro. —Me levanté, sintiendo una pesadez en mis extremidades inferiores—. Aunque, ¿no prefieres que yo vaya a la tuya?

Sí. —Dejó escapar sonoros lamentos.

—Tranquila, estaré ahí en media hora —dije, tomando la toalla que estaba colgada en el respaldo de la silla de mi escritorio.

Por favor no tardes tanto. —Lloró con más fuerza.

—Estaré ahí lo antes posible. —Entré al baño y abrí la regadera—. Por lo mientras intenta calmarte.

No tardes —repitió con voz angustiada.

—No. —Aseguré, despojándome de la ropa que llevaba puesta—. Deja me doy prisa para llegar pronto.

Adrián, te amo, te amo muchísimo —dijo con un tenor semejante al de una súplica.

—Yo también te amo, estaré ahí cuanto antes.

Colgué y dejé el teléfono sobre una repisa del baño. No esperé a que el agua se terminase de calentar, me metí debajo del chorro de la regadera y permití que el frío de aquélla me despabilara. La dolorosa sensación de la baja temperatura contra mi piel terminó por disipar la soñolienta faceta que me dominaba mediante temblores. Sólo estuve ahí cuatro minutos, los suficientes para que me deshiciera del aroma a humor que me embriagaba por estar tanto tiempo recostado entre los cobertores.

Regresé a mi habitación y fui hacia el ropero, donde saqué mi ropa interior y un conjunto simple para cubrirme del frío que calaba hasta los huesos. Cada movimiento dolía, pues mi cuerpo estaba entumecido, no sólo por el baño helado, sino también por los nervios que me carcomían el pecho, así como la incertidumbre que me pinchaba en cada centímetro de piel.

Centenares de terribles ideas cruzaban por mi mente, anunciando la cercanía de un desastre, pero lo que más me preocupaba era el bienestar de Tania, pues ella era un chica dura que no se dejaba quebrantar tan fácil, a menos que se tratara de la cuestión amorosa, en la que era más frágil que un cristal apretujado contra duras superficies.

Para la chica que siempre me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora