Día con día esperé la llamada de Ana, y cada notificación nueva en mi teléfono generaba una esperanza dentro de mí, la cual se desvanecía cuando leía el nombre de alguien más en la pantalla.
Pero las palabras de la pelirroja sobre no esperar pronto su llamada fueron solemnes, pues durante la semana que procedió a nuestra última conversación no tuve noticias reales de ella. Toda la información que conseguí fue mediante imágenes, publicaciones y vagos rumores que Catalina me contaba a oídas de las conversaciones que tenía con su prima Samantha.
En las redes sociales de la pelirroja a diario aparecían nuevas fotografías, donde salía retratada junto con su mejor amiga y dos chicas que, si no recordaba mal, pertenecían al grupo de amigos de Miguel. En cada imagen aparecían las cuatro chicas, en diferentes escenarios, con diferentes atuendos, pero las mismas divertidas sonrisas.
Significaba que la pelirroja estaba ampliando su círculo de amigos, lo que me alegraba al recordar las palabras de su madre del día que fui a visitarla el día en que Tania la golpeó.
«Ana casi no tiene amigos, y es bueno saber que cuenta con personas como tú, que se preocupan por ella».
Sin embargo, una descabellada idea se adhirió a mi mente, rehusándose a desaparecer aunque me esforzara en no pensar en ella. Ésta consistía en que si Ana estaba saliendo con las amigas de su exnovio podía significar que mantenía contacto con él, como una posible señal de reconciliación, lo que no me inquietaba en un ámbito romántico, sino en la posibilidad de que si Little Darling regresaba con él, sería mi turno de quedar en segundo plano, así como yo un día lo hice con ella. Y lo que menos quería era perderla de nuevo.
Solo me quedaba esperar, permitir que cada pieza se acomodara en su respectivo lugar, deseando que algún borde entre la vida de Ana y la mía encajara a la perfección. Aunque algo me decía que nuestra amistad estaba llegando a su fin después tantos altibajos.
Un sábado por la tarde, cuando terminaba de arreglarme para salir con los chicos, mi celular vibró sobre la cama, pero no le presté demasiada atención, pues para ese punto había perdido casi toda la fe en recibir alguna noticia de la pelirroja. Aunque esa simple notificación pronto se transformó en la melodía de una llamada entrante, lo que hizo que mi corazón diera un vuelco y tirara al suelo las camisas que tenía en ambas manos.
Me lancé sobre el colchón para llegar más rápido al teléfono. Reboté ante la fuerza del impacto, pero conseguí sostener el artefacto entre mis manos, las cuales se volvieron torpes y no obedecían con exactitud a mis órdenes. Leí el nombre que encabezaba aquel cuadro: Little Darling, y sonreí como un idiota emocionado. Entonces tomé una profunda bocanada de aire y respondí.
—¿Hola? —Me esforcé en no detonar la alegría que me causaba saber que su voz respondería al otro lado.
—Hola, Adrián. ¿Estás ocupado?
—No. —Mentí, faltaban solo veinte minutos para que fuera la hora acordada con mis amigos para encontrarnos en el Billar Rock & Bar, y aún ni siquiera estaba listo—. ¿Por qué?, ¿qué sucede?
—Mmm... ¿tenías algún plan para hoy?
—No. —Volví a mentir, esperanzado por escuchar lo que mi mente anhelaba—. Pensaba quedarme en casa a ver alguna película.
—Oh, genial. —La imaginé sonriendo contra el auricular—. Entonces... ¿crees que podamos vernos hoy para platicar?
—Sí, claro. —Me obligué a utilizar una tonalidad neutra, carente de emociones—. ¿Quieres que vaya a tu casa, o que salgamos a algún lugar?
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Para la chica que siempre me amó
Teen FictionAdrián nunca fue creyente del verdadero amor, o no lo fue hasta que conoció a Ana, la chica que se convirtió en su mejor amiga. Ella le demostró que el amor existe, pero él se encargó de enseñarle que a veces un sentimiento tan puro no es suficiente...