El sábado por la noche quedé con mis amigos en el Billar Rock & Bar, otro de nuestros lugares favoritos para pasar el rato los fines de semana. Se trataba de un establecimiento en el tercer piso de un edificio en el centro de la ciudad con una temática rockera, muy al estilo de los setentas, pero conservando un ápice relajado y moderno. Una de las paredes estaba tapiada con fotografías de diversas emblemáticas bandas, algunas de ellas autografiadas. Había una barra larga y detrás se ella se encontraba una estantería repleta de botellas de diferentes bebidas alcohólicas. En el fondo se hallaba la zona de billar, donde a veces el ambiente era más pesado y tenso, dependiendo del tipo de personas que estuvieran ahí. La mayor parte del tiempo acudíamos jóvenes al lugar, pero había sus excepciones. Mi parte favorita, más que la terraza donde solíamos reunirnos, era el techo, pues éste se veía decorado con decenas de discos de vinilo, pareciéndome una obra de arte.
Saludé con amabilidad al portero que me permitió el acceso, después me adentré en la neblina de humo de los cigarrillos. Cerca de la entrada había un escenario donde se presentaban diferentes bandas de rock cada fin de semana, y aquella noche no sería la excepción. Un grupo de cinco jóvenes vestidos con atuendos negros terminaba de acomodar y conectar sus instrumentos sobre la tarima para dar el espectáculo más tarde. El cartel de presentación pegado en uno de los pilares mostraba su nombre: The Black Tears.
Las luces del techo eran opacas, iluminaban lo suficiente para combatir la oscuridad, pero resultaba difícil reconocer el rostro de las personas en las mesas más alejadas. Sin embargo, a nosotros nos gustaba sentarnos en alguna mesa de afuera, por lo que no tardé en vislumbrar a David a través de los ventanales bebiendo un tarro de cerveza mientras miraba hacia el panorama de edificios iluminados. Caminé hasta él y lo sorprendí tocándole el hombro. Se giró con expresión atónita, pero su semblante cambió cuando se dio cuenta de que se trataba de mí. Se levantó de su silla y nos saludamos con un afectivo apretón de manos.
David era mi mejor amigo, me gustaba pasar tiempo con él, pues confiaba plenamente en su criterio y en sus consejos. Era imparcial en sus juicios, no se dejaba llevar por las emociones, sino por la lógica y lo correcto. A veces podíamos ser muy diferentes, pero nos comprendíamos. Su apoyo era incondicional, lo que agradecía correspondiendo de la misma forma.
—¿Llevas mucho tiempo esperando? —cuestioné avergonzado, mirando el reloj de mi celular: ocho y cuarto.
—Unos quince minutos... —respondió sin aparente interés mientras regresaba a su asiento.
—Siempre tan puntual —comenté con cierto tajo de diversión, sentándome en el taburete de su lado izquierdo—. ¿A quién más esperamos?
—Sólo vendrán Melissa y Ximena, no creo que tarden en llegar. —Miró a través de la baranda de cristal hacia la avenida, donde transitaban los vehículos con peligrosa velocidad—. Los demás tenían otros compromisos con sus familias.
Le encargué una cerveza al mesero y mi acompañante pidió un cenicero. Bajo su perfecta apariencia David intentaba ocultar el defecto que más conflicto le causaba: el vicio a la nicotina. Si sus padres se enteraban lo castigarían severamente, pues destrozaría la imagen de chico ejemplar de la que se sentían orgullosos y presumían a todos. La realidad es que a sus progenitores no les agradaba la amistad que tenía con nosotros, creyendo que nos tratábamos de una mala influencia que podría perjudicar a su único hijo. Y tal vez sí lo éramos... pero a él no le importaba.
Le dio una calada a su cigarrillo. —¿Por qué no fuiste ayer a casa de Mario?
—Salí con Ana —respondí luego de darle un trago a mi cerveza.
—¿Ustedes dos solos? —El humo se filtró entre sus labios. De nuevo denotó la enigmática mirada que me dedicó el día del viaje al lago Munik.
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Para la chica que siempre me amó
Teen FictionAdrián nunca fue creyente del verdadero amor, o no lo fue hasta que conoció a Ana, la chica que se convirtió en su mejor amiga. Ella le demostró que el amor existe, pero él se encargó de enseñarle que a veces un sentimiento tan puro no es suficiente...