Capítulo 35

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Los hechos de las siguientes tres semanas no fueron demasiado relevantes.

El semestre escolar terminó como cualquier otro. David tuvo una mención honorífica por su promedio perfecto y le otorgaron un reconocimiento, el cual añadió a una larga colección que tenía almacenada en su hogar, y la cual realmente no le interesaba. Catalina recibió dos ofertas de diferentes universidades que estaban interesadas en ofrecerle una beca para sus programas de estudio en la carrera de su elección, las que tendría en consideración. Ximena se mantuvo en el estándar de cualquier estudiante. Y Ana, a pesar de su ausencia en la semana de exámenes, obtuvo uno de los mejores rendimientos escolares de su generación, un poco por debajo de su exnovio. Los demás sólo conseguimos aprobar todas las materias del semestre, sin alguna clase de felicitación o halago por parte de los profesores, desechando el propósito inicial de siempre: ser un mejor estudiante.

Los festejos navideños se volvían menos emocionantes con cada año que transcurría, como adolescente ya no tenía la ilusión de los niños que reciben regalos, ni la alegría de los adultos que se embriagan sin recibir reprimendas por su irresponsable comportamiento. La pasé en casa de una tía abuela, la cual sólo se dedicó a contar sus vivencias de antaño, las mismas de cada navidad. La situación se comparaba con la de mis amigos, quienes pasaron el día con sus familias en diferentes ciudades, por lo que ni siquiera tuvimos la oportunidad de reunirnos.

La celebración de Año Nuevo fue semejante: estar sentado toda la noche en la sala de algún familiar, cenar, esperar a que fueran las doce en punto para abrazarnos, y de nuevo volver a nuestro cómodo lugar en el sillón. Tal vez para los demás era un día alegre, repleto de buenos deseos y esperanzas, pero a mí me resultaba algo tedioso y aburrido. Escuchar conversaciones que no me interesaban o dar mi opinión para sólo ser ignorado. Era igual cada diciembre, desde que mi padre se marchó perdí algo de interés en las reuniones familiares, pues el núcleo de la mía estaba fragmentado.

La diversión regresó a principios de enero, cuando mis amigos volvieron de sus vacaciones y organizamos nuestra primera reunión del año, pero la última en la que estaría Mario antes de que se mudara al otro lado del país. Aquella triste despedida sería en su jardín, para conservar un recuerdo más en su hogar.

Fue durante un martes por la tarde, cuando el sol apenas comenzaba a ocultarse en el horizonte, y los arreboles pintaban el cielo de colores. El frío del aire se impregnaba del aroma de la carne sobre el asador, y del coro de risas que compartíamos.

El grupo reunido estaba conformado por las personas habituales, aunque había una octava invitada que añadía diversidad a las ya variadas personalidades. Su carisma encajaba a la perfección con cada uno de nosotros, y su facilidad de palabra fue una clave para la fluida conversación.

Ana sonreía, charlaba con todos, se dejaba llevar por las bromas. Simplemente era una más de nosotros, así como lo había esperado desde el día en que la conocí. Me gustaba que estuviera ahí, formando parte de las anécdotas que contaríamos en un futuro.

Y es que la pelirroja y yo habíamos compartido momentos juntos en esas últimas semanas. Ya que ninguno de los dos salió de la ciudad fuimos una compañía mutua para aquellos días de invierno. Como dije con anterioridad, no hubo momentos importantes para relatar, pues sus padres le prohibieron las salidas, temerosos por su salud, así que pasamos las tardes en su hogar, viendo películas en su habitación cuando su madre estaba trabajando, y conversando en la sala de estar cuando estábamos acompañados. En un par de ocasiones de soledad Little Darling se quedó dormida con su cabeza recargada en mi pecho y su brazo enredado con el mío. Fueron instantes en los que me sentí confundido, ya que mi corazón se aceleraba cada vez más con la cercanía de Ana, y su presencia me robaba constantes suspiros. Era un estado que no podía controlar, y el cual me gustaba, pero seguía negándome a aceptarlo por temor a que una atracción por la pelirroja se convirtiera en algo más.

Para la chica que siempre me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora