Capítulo 44

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Un año y medio después.

Durante la última semana de vacaciones de verano el centro de la ciudad de Quiroz se convertía en un vaivén de estudiantes, los cuales caminaban de un lado a otro, por todas direcciones, con su equipaje para volver a sus hogares escolares o, aquellos de primer ingreso, con la mudanza para sus nuevos departamentos.

Generalmente los padres primerizos acompañaban a sus hijos, asegurándose de que contarían con lo necesario para sobrevivir en su ausencia. Algunos solo iban en una rápida visita, como mi madre, y a otros no les interesaba el estilo de vida universitaria que adoptaban sus descendientes.

Existía toda clase de progenitores, pero yo estaba contento con la clasificación a la que pertenecía Valeria, quien quedaba satisfecha con mi estadía de dos meses en mi viejo hogar durante las vacaciones, para después acostumbrarse a la lejanía de varios meses cuando regresaba a la facultad.

Mi consuelo era que mi madre no se quedaba sola en casa cuando me marchaba, pues junto a la noticia sobre mi ingreso a la universidad, ella decidió contarme sobre sus planes, los cuales consistían básicamente en vivir con Brandon, su novio, a quien por fin había tenido el privilegio de conocer.

Brandon era un viudo de cincuenta años, sin hijos ni responsabilidades de alguna índole familiar. Su esposa falleció ocho años atrás, luego de que perdiera la lucha contra el cáncer de mama. Habían intentado procrear, pero la vida no se los permitió, y nunca consideraron la opción de adoptar. Se trataba de un hombre solitario, melancólico y —como él contó— un poco aburrido. Sin embargo, la radiante alegría de mi madre lo cautivó, por lo que cayó en la afortunada necesidad a acercarse a ella cuando la vio sentada en la terraza de un restaurante con sus amigas. La historia del romance entre ellos era cursi, demasiado para alguien de su edad, aunque me daba gusto saber que un hombre podía amar a mi madre como lo merecía, especialmente después de los tormentosos años que vivió con Diego.

Tal vez su decisión me resultó presurosa, pues consideraba que su relación llevaba muy poco tiempo de haber comenzado para dar un paso tan importante, sin embargo, no podía negarle la felicidad a la mujer que llevaba entregando todo por mí desde hacía más de diecinueve años.

Mi madre era feliz en nuestro hogar, siendo amada por un bondadoso hombre que se preocupaba por nosotros. Y yo comenzaba a serlo en Quiroz, con la compañía de mi nuevo grupo de amigos.

Nos gustaba pasar las tardes en el centro, específicamente en la cafetería Aroma&Sabor, donde conversábamos sobre trivialidades y a veces hacíamos la tarea juntos. Sin embargo, durante las noches del fin de semana, cambiábamos las tazas de bebidas calientes por tarros de cerveza en el bar Kalipso. Teníamos un equilibrio entre las responsabilidades escolares y la diversión de cualquier universitario promedio.

Hasta ese momento no me había embriagado, pues una de las reglas que impuso mi compañero de vivienda en nuestro departamento era la estricta prohibición de llegar bajo los efectos del alcohol a un grado incontrolable. Acepté, no muy gustoso, pero no quería tener problemas con David, quien pasaba la mayor parte de las noches estudiando y haciendo tarea, siendo el mejor de su clase, y convirtiéndose en uno de los chicos más codiciados por sus compañeras de generación, sin embargo, esa posición le estaba costando parte de su salud, por ello le pedía que se relajara y saliera con nosotros de vez en cuando.

Y a pocos días de iniciar un nuevo ciclo escolar, organizamos una reunión en un restaurante para charlar sobre lo que hicimos durante el verano en nuestras ciudades natales. El lugar tenía un aspecto rústico y, por lo que Sara contó, servían unos deliciosos emparedados, además de un amplio menú para elegir.

Para la chica que siempre me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora