Bajé la velocidad del vehículo cuando pasé frente a la casa del padre de Ana. Las ventanas estaban abiertas, y las cortinas se ondulaban con gracia ante el tacto del viento que se infiltraba en el lugar. En el interior no se vislumbraba alguna silueta humana, solamente los contornos de los muebles de la sala.
Busqué en el extremo izquierdo del chalé una pista que me revelara la presencia de la pelirroja, pero la quietud reinaba en toda la morada. Podía imaginarla recostada en su cama viendo la televisión, o tal vez sentada en su jardín trasero conversando con su padre mientras devoraban alguna grasosa, pero deliciosa comida. Podría encontrarse en cualquier punto de esa construcción, y quería saber en dónde sólo para complacer a mi curiosidad.
Después de la conversación que tuve con David esa mañana, se generó una disputa en mi interior que me traía ansioso y necesitado por una resolución que me ayudara a continuar. Había elegido fingir ignorancia para salvar mi amistad con Ana, pero una parte de mí me exigía ser honesto con ella y enfrentarla, aunque tal vez no fuese la mejor opción, considerando los factores en contra que mi amigo expuso.
Quería ver a la pelirroja, comprobar que su sonrisa era una reacción a mi presencia, sin embargo, no estaba seguro si sería capaz de soportar esa presión. Si tan sólo con imaginarla mi ritmo cardíaco se descontrolaba y se me oprimía el pecho por la falta de oxígeno en mi sistema.
Me maldije cuando arranqué, huyendo de ahí, alejándome de la posibilidad de esclarecer la situación. Pero es que no sabía cómo hacerlo, no tenía un plan ni las palabras adecuadas, estaba falto de valor y desprovisto de fortaleza emocional. Era tan patético, tan cobarde, tan inútil. Le di un golpe al volante, furioso conmigo mismo.
Las calles residenciales estaban impregnadas de la usual tranquilidad de los domingos, despobladas por la agitación que suscitaba en la modernidad del centro. La colonia por la que deambulaba no era la excepción, no había señales de actividades familiares, ni si quiera en el parque comunitario que estaba a pocas cuadras del hogar secundario de Little Darling. En mi infancia los juegos callejeros eran el pasatiempos de los niños, pero ahora sólo formaban parte de los recuerdos de las previas generaciones.
Viré en una esquina, adentrándome en una calle vacía, tanto de humanidad como de vehículos. El único movimiento provenía de la agitación de las hojas de los árboles a los costados del camino. A mi lado izquierdo se hallaba el parque, silencioso, solitario, a excepción de una joven sentada en una banca cerca de los columpios.
Una chica con inconfundible cabello anaranjado, el principal rasgo de su flamante físico.
Disminuí la velocidad, temeroso e inseguro por obedecer a mis impulsos, los cuales solicitaban a gritos descontrolados que fuese hasta ella, siguiendo la casualidad que la vida formuló para nosotros. No podía dejar escapar una oportunidad como aquélla, pero mis temores prevalecían ante todo lo demás.
Sin embargo, a pesar de la lejanía, pude identificar un gesto que me estrujó los pulmones, dejándome unos segundos sin aliento. La frágil y solitaria chica allá sentada estaba limpiando su rostro con el dorso de la mano, en una clara muestra de llanto.
La desesperación me embargó, por lo que me vi obligado a aparcar en ese lado de la calle, aunque se tratara de un sitio prohibido marcado por un señalamiento de tránsito.
No podía permitir que Ana afrontara sola un momento como ése, necesitaba de alguien que la consolara. Me necesitaba, y no volvería a decepcionarla como lo había hecho en anteriores ocasiones. No importaba cual fuese la razón de sus lágrimas, le haría ver que estaría ahí para apoyarla.
Respiré profundo para calmar la inestabilidad de mis extremidades, reacias a obedecer las órdenes que les enviaba de moverse. Los nervios carcomían cada centímetro de mi ser, pues me encontraba frente al incierto encuentro para enfrentar el temor que minutos antes me tenía angustiado y confundido.
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Para la chica que siempre me amó
Teen FictionAdrián nunca fue creyente del verdadero amor, o no lo fue hasta que conoció a Ana, la chica que se convirtió en su mejor amiga. Ella le demostró que el amor existe, pero él se encargó de enseñarle que a veces un sentimiento tan puro no es suficiente...