Capítulo 20

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Aún estaba dolido, decepcionado más conmigo mismo que con los demás, y esa frustración decidí manifestarla alejándome de todos... De todos excepto de una persona, aquella con la única que me sentía como alguien, y no como una simple sombra que se perdía en la oscuridad.

No quería aceptarlo, pero la situación me calaba en el pecho, me apretujaba las costillas y me hacía sentir diminuto, inferior al resto del mundo. Era patético, martirizar mi existencia cuando sabía que podía hacer más, esforzarme por recobrar a mis amistades, pues al fin de cuentas no había hecho algo malo, sólo me enamoré y puse mi atención en la chica que robó mi corazón. Aquello no era un delito, y estaba seguro de que mis amigos lo comprenderían. Pero estaba cansado, un horroroso peso recaía en mis hombros, y lo único que anhelaba era desaparecer por un momento. Olvidarme de todo, de cualquier angustia o preocupación, pero, en especial, quería desprender de mi mente cualquier imagen que me recordara a la pelirroja.

Con Ana era diferente, como siempre, como en todo, aunque todavía no me acostumbrara a ello. Tenía un extraño poder que ejercía sobre mí, incluso desde antes de conocer sus verdaderos sentimientos. Era como si pudiera jugar con los hilos que me suspendían en la realidad, con un simple movimiento hacía tambalear todo a mi alrededor.

Di un largo suspiro y cerré los ojos. Mi estupor estaba enfocado en mis sucesos del último mes, cuando todo parecía haber comenzado a cambiar. Estaba agotado, física y emocionalmente. Los problemas de la adolescencia eran terribles, y por fin comprendía la preocupación de mi madre cuando cumplí quince años y comencé a revelarme. Nunca me gustó seguir las reglas al pie de la letra, y ese era el mayor de los malentendidos entre nosotros. Y ahí estaba de nuevo, yendo en contra de la corriente sólo para satisfacer mi más arcaicos deseos.

Tania abrió la puerta de la habitación, y ese sutil sonido fue suficiente para sobresaltarme, haciendo que entreabriera los ojos para mirarla. Iba caminando con cuidado para no derramar el contenido amarillento de los vasos que llevaba en las manos. Se acercó al lado de la cama donde me encontraba recostado y me entregó uno de ellos, sonriendo con aparente malicia.

—No tiene alcohol, ¿cierto? —pregunté mientras me erguía sobre la orilla del colchón. 

Denotó molestia con la mirada. —Ya te dije como diez veces que está bien, que hoy no beberemos.

—Gracias. —Le di un trago a la bebida, sólo era jugo de naranja.

—¿Ya estás más tranquilo? —Se sentó a mi lado, tan cerca que su brazo rozaba el mío. 

Asentí sin despegar el cristal de mis labios. 

Antes de subir a su habitación comimos unos emparedados en la cocina y tomamos un postre, y durante esa agradable merienda le conté sobre lo sucedido con Catalina —obviando la parte en que la culpaba de todo—, y mi decisión de alejarme de Ana —claramente omitiendo el punto donde le hablaba sobre el amor de por medio de su parte—. A esto último ni siquiera me dejó terminar, se abstuvo de comentar cualquier opinión, sólo me escuchó decir que estaba considerando en dejar una brecha entre nosotros, y cambió de tema en cuanto tuvo la oportunidad, intentado disimularlo al mencionar sobre viejas amistades suyas con las que también había tomado distancia.

—Déjame decirte que tus amigos son tan aburridos —mencionó después de dar un sorbo a su propio vaso.

—¿Aburridos?, ¿por qué lo dices? —cuestioné, realmente curioso ante su observación.     

Exhaló. —Tenemos diecisiete años, estamos en la edad de experimentar, equivocarnos, aprender. —Extendió un brazo hacia arriba para agregar dramatismo a su opinión—. Si no nos divertimos ahora, ¿cuándo lo haremos?

Para la chica que siempre me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora