PRÓLOGO

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Se abrieron las puertas, o más bien, cedieron ante los golpes y patadas que ejercían desde fuera. Al otro lado estaba ella: alta y seria, con su pelo rojo recogido en un apretado moño y rodeada por dos hombres, altos y en forma, creando en conjunto tres figuras vestidas de traje que, al igual que la habitación, eran blancas e impolutas. Ninguno de ellos pareció asustarse cuando la puerta voló por los aires.

―Hola, Bernadette ―saludó a grandes voces el intruso, mientras se acercaba solo unos metros a la mesa tras la que se situaba el majestuoso trío―, veo que el tiempo ha sido bueno contigo.

―Ashkar ―susurró la mujer, al verle, tratando de anular cualquier deje de temor en su voz.

―¿Te sorprende verme vivo, Berni? ―le reprochó el hombre, con tono divertido.

―La verdad es que no ―mintió la presidenta de la Línea de Sangre―. En el fondo siempre supe que, para desgracia de todos, seguías con vida, escondido como las alimañas.

―Fingiría que me has ofendido, pero eso ya lo hiciste cuando me delataste a mi hermano... Eso sí que no me lo esperaba ―repuso, ahora con un deje lleno de rabia tenuemente contenida.

―¿Cómo me has encontrado? ―dijo la mujer, sin mostrar expresión alguna e ignorando el comentario de Ashkar.

―Te diría que es por mi habilidad en la caza, pero siendo honesto, no te has esmerado en esconderte bien ―respondió, mirándose las uñas estropeadas y marcadas por la lucha. Cuando levantó la vista, miró fijamente a los ojos de la que fue su compañera durante tantos años―. ¿La Línea de Sangre? ¿En serio? Qué desesperados tenían que estar los grandes gobernantes de Ebenor para colocar a una antigua Sarh en una posición tan importante, ¿no te parece?

Bernadette respiró hondo.

―Lo importante es que me alejé de ti a tiempo, Ashkar ―contestó, con voz firme―. Ahora me da igual lo que me hagas, me da igual lo que me digas ―replicó ella, sin dejar que las palabras se le quebraran―. Intuyo lo que has venido a buscar, pero desconozco dónde está.

El hombre, nada más oír sus palabras, estalló en teatrales carcajadas. Bernadette observó cómo sus dientes, antes perfectos y luminosos, estaban descuidados y amarillentos. Físicamente no había cambiado: de altura mediana, con un cuerpo trabajado por la lucha, y seguía teniendo el lunar en la mano derecha. Su ropa, negra y de cuero, estaba manchada de lo que Bernadette sospechaba era sangre. Un escalofrío recorrió su espalda, sabía que Ashkar era excepcional con la espada, pero tenía la esperanza de que no hubiera matado a nadie en su búsqueda. Estaba convencida de que era la siguiente si no le daba lo que pedía, y aunque era buena escondiendo sus emociones, Ashkar le conocía bien, demasiado bien.

―¿Tantos años a tu lado, y crees que no veo cuándo mientes? ―exclamó el hombre, aún riéndose―. Aprendiste de mi, ¿recuerdas?

―Te repito que no sé dónde se encuentra, pero ten por seguro que, aunque lo supiera, no te lo desvelaría. Ya no significas nada para mí, Ashkar, por mucho que así lo creas.

―No sabes cómo me disgustas, Berni, pero muy a pesar de nuestro pasado, no te atrevas a negarme que la Línea de Sangre no tiene idea de cuál es el paradero de la persona más importante de Ebenor ―argumentó con sorna―. La habéis estado protegiendo todos estos años, pero eso va a cambiar. Lo sé todo, así que ahórrate las trabajadas falacias. Podemos hacer esto por las buenas, o por las malas.

Bernadette se tensó y entendió que sus muros de impasibilidad habían caído en el momento en el que Ashkar había entrado por la puerta. Su sentencia ya se había establecido, pero no tenía miedo. Ahora, lo único que tenía que hacer era avisar, pese a que, antes de que pudiera hacer nada, lo más seguro es que acabase muerta en el suelo. No obstante, debía intentarlo, solo tenía que alargar el brazo...

―¡No la encontrarás, Ashkar! ¡No te lo permitirán! ―le espetó Bernadette, con desprecio en sus palabras.

Sin esperar a la respuesta de Ashkar, la mujer trató de pulsar el botón situado debajo del escritorio, pero no fue lo suficientemente rápida: un puñal que no pudo ver llegar, atravesó uno de sus pulmones. Mientras caía de la silla, y como si el mundo hubiese decido decelerar el tiempo, la mujer asistió a la muerte de sus dos compañeros que, en vano, habían lanzado cada uno dos cuchillas al agresor, quien como de costumbre, salió ileso, esquivándolas todas.

«Perdóname», pensó ella, teniendo en mente a la persona a la que verdaderamente quería en ese mundo, y lamentándose por no haber sido sincera con ella: ahora nunca sabría la verdad.

―Parece que por las malas, entonces... ―dijo para sí mismo Ashkar, mientras se acercaba a los cadáveres.

Sin un ápice de sutilidad, comenzó a arrasar los cajones de la mesa, desesperado en dar con algo que le ayudase a dar caza a su presa. Pero no había nada. Por el suelo descansaban esparcidos todo tipo de documentos, sepultando parcialmente los cuerpos, todavía calientes.

Parecía que Bernadette no había mentido, o al menos, no había ninguna prueba o informe que demostrase lo contrario. No obstante, cuando estaba a punto de abandonar su búsqueda, casi por pura casualidad, descubrió un falso fondo en uno de los muchos compartimentos con los que contaba el escritorio. En él no encontró precisamente lo que había ido a buscar pero, en su lugar, se topó con un sobre ya abierto, pero cuyo sello permanecía intacto y evidenciaba la marca del Linaje, lo que lo hacía aún más útil y valioso.

Antes de que pudiera leerlo una débil voz murmuró a su espalda. Ashkar bajó su mirada y descubrió, para su sorpresa, que Bernadette seguía viva.

―No ganarás ―murmuró la mujer, con dificultad para respirar.

Ashkar sonrió con malicia mientras guardaba el sobre en el bolsillo interior de su larga chaqueta de cuero.

―Berni, Berni, ¿no te parece que podrías haber colaborado? ―se burló el Sarh, con fingida pena en su voz.

Bernadette le miró a los ojos y trató de formular una palabra, pero solo obtuvo gorjeos de sangre. Ashkar, quien permanecía expectante a su muerte, se agachó, y con una sonrisa cruel y despiadada, le sacó el puñal del pecho para completar su trabajo.

―Dulces sueños, Berni ―susurró el hombre con frialdad, bajando el filo hasta el corazón de ella e ignorando que una vez, no hacía mucho, amó a esa mujer de ojos verdes y pelo de fuego.

RENACIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora