―Vamos a por ello, ¿te parece? Porque ya me estoy cansando ―dijo Elena, cogiendo una nueva foto―. ¿Reconoces a estas niñas?
La persona no podía hacer nada, solo confirmar o negar con la cabeza, que era lo que se esperaba.
Cada vez se notaba con menos fuerzas, las cuales en cualquier momento sucumbirían. Todos tienen límites. Sin embargo, de momento le quedaba un ápice de resistencia, un poco de esperanza, que le animaba a seguir. Por lo que, sabiendo lo que le esperaba, asintió con la cabeza.
―Respuesta equivocada, engendro ―susurró Elena, tomando la jeringuilla. Los ojos del pobre individuo maniatado se abrieron. Él ya conocía lo suficiente a su torturadora como para saber qué era el contenido de la inyección―. Te voy a dar otra oportunidad, y te aconsejo que la aproveches porque ―le advirtió Elena, riéndose cansada― no suelo dar segundas oportunidades. Este hombre ―añadió sosteniendo una fotografía nueva―, ¿sabes quién es?
No sabía qué hacer. Hasta ahora había hecho lo que su instinto le decía, y era asentir cuando reconocía aquellos que le mostraba, y negar cuando no los conocía. Pero su sinceridad se pagaba con dolor, algo que no entendía. Tenía que mentir, ¿era eso?
―¿Crees que tengo todo el día? ―replicó la mujer, con una rudeza violenta en la voz―. Responde a la pregunta.
La persona decidió, y negó con la cabeza. Ese hombre no le era familiar, por lo que mientras pudiera, seguiría siendo fiel a su memoria.
―De verdad, parece que lo haces a propósito ―dijo Elena, levantando la mano para inyectar la droga. Entonces, justo cuando la aguja iba a tocar la pierna se detuvo del atado―. Pero espera... ―murmuró, susurrando su nueva ocurrencia en voz alta. Se le empezó a dibujar una sonrisa en la cara―, ¿por qué emplear esto? Es verdad que provoca más dolor, pero... ―reflexionó, dejando a un lado la jeringuilla y las fotografías en la mesa. Con una satisfactoria risita, alcanzó un bote de cristal―. Este frasquito de aquí, causará un mayor sufrimiento a largo plazo. La pena es que tienes que beberlo para que surta efecto. Ya no te puedo lastimar con agujas...
Elena fue a buscar una llave que abriría el candado que mantenía la máscara cerrada. Se acercó a la persona por detrás y metió la llave en la pequeña cerradura del candado; un giro de muñeca, un pequeño chasquido metálico y el rostro del individuo quedó al descubierto.
―¿Tienes idea de lo mucho que os parecéis?― le preguntó Elena una vez enfrente suyo, cogiéndole de la mandíbula y vertiendo el contenido del bote en la boca de la persona, por mucha resistencia que esta pusiera.
La poca luz que entraba por la alta ventanilla de la estancia, cada vez disminuía más. Se hacía de noche, o eso parecía, y poco a poco solo la tenue luz de las velas se atrevía a alumbrar, haciendo visible las atrocidades de Elena, las cuales quedaban grabadas en las paredes por medio de las tétricas sombras que se formaban por efecto de la luz.
Las únicas testigos de la tragedia, eran las fotografías que Elena había enseñado al torturado, que mostraban el inconfundible rostro de Ashkar en una, y en otra a dos niñas pequeñas, muy parecidas, jugando en un parque.
―Con que... sirenas ―meditó Zella.
―He ahí la razón de que tengan tantos tíos persiguiéndolas ―comentó con sarcasmo Ivy.
―Yo no soy una sirena ―repuso Jessica―, por muy convincente que sea mi transmutación
La jóven pelirroja nadaba junto a Megan, al paso que Ivy y Zella.
ESTÁS LEYENDO
RENACIDA
Fantasy¿Y si te dijeran que tu vida se basa en una mentira?¿Qué pasaría si nadie de tu entorno es quién decía ser? Zella, una joven de casi 18 años descubrirá que todo su mundo esconde una historia en la que ella es la clave para resolver los enigmas de un...