17. YERIA, LA NINFA CELESTE

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Cada vez le costaba más respirar. No estaba segura de si era porque estaba cansada, porque estaba nerviosa o porque acababa de atravesar una cascada por debajo del agua. La cuestión era que se sentía, a cada inspiración, más privada de oxígeno. Pero daba igual, fuera cual fuese la razón, debía continuar, incluso aun no sabiendo muy bien cómo; según le había dicho Valenia, le estarían esperando, pero allí no había nadie, solo una pared de roca. Entonces Zella se fijó en que empotrada en la misma pared había una puerta cuyo marco estaba tallado. Cuando Zella se acercó al portón, pudo apreciar el detalle del marco, el grabado tan minucioso que habían realizado. De repente, en el momento en que parecía que iba a tocar la piedra (aunque Zella estuviese dentro de una estructura), el portón se abrió, dando entrada a una nueva estancia subacuática.

Era increíble, era una sala oscura pero al mismo tiempo agradable, alumbrada con una serie de luces que recorrían las paredes, luces doradas y tenues, con un brillo lo suficientemente alto como para alumbrar y lo suficientemente bajo como para mantener un ambiente distendido y apaciguador. Al fondo de la sala se vislumbraba un altar.

―Te estaba esperando ―dijo una voz.

―¿Quién ha hablado? ―preguntó Zella mirando hacia los lados, sin alterarse―. No puedo verte.

―Abre bien los ojos, Zella. Estoy frente a ti.

La chica así lo hizo, percatándose de que dos ojos la estaba mirando, dos ojos azules celeste. Y como si estos notasen la mirada asombrada de Zella, un cuerpo empezó a dibujarse en torno a ellos, hasta que finalmente, dio forma a una hermosa ondina, cuyo cuerpo parecía haber estado camuflado con el agua.

―Vaya ―dijo como única respuesta Zella.

―Me llamo Yeria, soy la suma sacerdotisa de las ondinas ―se presentó tras mirar a la chica fijamente. Esta asintió. No sabía qué decir, total, no hacía falta presentarse, como le dijo Susan el día que le conoció, todos sabían quién era. Además, Zella empezaba a notarse decaída y sin fuerzas, incluso para hablar.

―Pareces algo cansada, joven.

―Ha sido una noche movidita ―repuso Zella, cerrando los ojos por la fatiga y cada vez con más dificultad para pronunciar las palabras―. No soy una experta pero creo que me estoy quedando sin oxígeno aquí dentro.

―¿Cómo puedo ser tan tonta? ―reaccionó entonces Yeria al ver a Zella tan ahogada―. Estoy tan acostumbrada al agua que se me olvida que no podéis respirar bajo ella. No te preocupes, vamos a salir a la superficie.

―Si llegamos rápido mejor ―apresuró a decir la chica, cuya mirada empezaba a nublarse―. Por favor.

―Por supuesto, acompáñame ―pidió la sacerdotisa encaminándose hacia el fondo de la estancia. Una vez allí empezó a nadar hacia el techo. Zella le miraba atontada; no entendía a donde iba, no tenía sentido. Entonces Yeria desapareció.

Zella no sabía si había visto bien o era el efecto que causaba la falta de aire. Se acercó hacia el lugar donde había estado la ondina hacia tan solo unos instantes y al mirar hacia arriba lo comprendió. Había un agujero que daba al exterior, pero la cuestión ahora era como llegar hasta ahí; sabía moverse hacia delante y atrás, pero no hacia arriba. Cada vez más débil, cogió la katana que llevaba colgada y la clavó en la estructura que la rodeaba. La burbuja cedió al instante, liberando a Zella, que enseguida empezó a nadar hacia el agujero.

Cuando su cabeza salió a la superficie, pegó una gran bocanada de aire y miró hacia su alrededor. Yeria le esperaba sentada en una roca, expectante con sus grandes ojos celestes.





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