14. ODIO SER YO

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Zella había desistido en su búsqueda. Había llegado incluso hasta la biblioteca, pero nada. Estaba claro que no había nadie, así empezó a descender las escaleras. Se estaba empezando a agobiar, no solo por no dar con alguien, también porque no oía nada, así que, ya en el cuarto piso se metió en una sala cualquiera, cerró la puerta y apoyándose sobre ella, cerró los ojos.

Quería chillar, no por miedo o por rabia, sino para desestresarse, pero en cierto modo, gritar sin oírse a una misma era algo que le resultaría más frustrante aún. Abrió los ojos y empezó a observar sus brazos. Las marcas se habían vuelto doradas como el oro, pero no resplandecían. Zella siempre había querido tener un tatuaje, pero ni su padre ni su madre se lo permitían. Ahora tenía más de una docena.

Tratando de olvidarse de los extraños símbolos, Zella levantó la vista y contempló la habitación; era extraño, la mansión, por lo que había visto, era un monumento mantenido en buen estado, pero esa sala, estaba polvorienta, llena de telarañas y mugre.

Empezó a recorrer la estancia, intrigada por saber en qué lugar se había metido. Con un simple vistazo quedaba claro que se trataba del cuarto de dos niñas pequeñas, a juzgar por las dos camas con colcha rosa, las diversas muñecas y la pequeña mesita con tacitas de té.

La joven se acercó a una gran casita de muñecas sobre la que descansaba una densa capa de polvo. Zella tuvo una muy parecida de pequeña, pero nunca le había gustado. Siguió examinando el curioso cuarto y se fijó en la pared; encima de uno de los cabeceros de la cama estaba tallada en un trozo de madera la letra M, mientras que en el otro, la letra E. Zella se quedó ahí levantada, mirando las iniciales y pensando en nombres de chica que empezasen por M y E cuando de repente, en medio del enfermizo silencio en el que estaba sumida, empezó a distinguir unos ruidos metálicos. No es que escuchara mucho pero intuía los sonidos suficientes como para guiarse hacia la fuente que los producía.

Así, dejando atrás la lúgubre habitación, salió al pasillo y cruzando al lado este, entró en la primera habitación que vio. Según se acercaba a la ventana, el ruido era cada vez más intenso y las luces que se veían parecían de un festival. Cuando por fin llegó hasta el cristal, se quedó paralizada, su cerebro estaba tratando de asimilar lo que veía; un caballo blanco e inmenso volando, a un lobo del tamaño de un oso devorando prácticamente a personas y a la que reconoció como Ivy, lanzando fuegos artificiales por sus propias manos. También distinguió a Ben, moviéndose coordinada y sutilmente espada en mano entre los que Zella enseguida reconoció como miembros Sarh.

Mientras disfrutaba en cierto modo de la belleza del combate, un hombre en plena caza llegaba al piso en el que ella se encontraba, entrado precisamente en la habitación que Zella, tan solo hacía unos segundos, acababa de abandonar.



Logan corría escaleras arriba. Sabía que Zella no estaba en la Sala del Silencio; había pasado por ahí y no había encontrado a nadie. Se dirigió a la zona oeste del segundo piso, pues era ahí donde estaba la habitación de Zella, no obstante, no la encontró por ningún lado.

La búsqueda no había hecho más que empezar.



Zella oyó unos pasos que le distrajeron de una lucha que estaba llegando a su final. Venían de la habitación de al lado. Salió al corredor y avanzó un poco hacia el cuarto de las iniciales. Podía oír cómo las pisadas se acercaban hacia la salida, directas al lugar donde Zella estaba. Pensó en probar a llamar por el nombre de alguno de los que conocía y que no había visto combatiendo, pero entonces se percató de que al igual que podía ser uno de ellos, también podía ser un Sarh que hubiese entrado en la mansión.

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