21. LA CIUDAD DE VILAMIR

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―Zella, ¿podrías salir un segundo? ―solicitó el maestro con una cara no muy sonriente, interrumpiendo la reunión entre amigos.

Todos se quedaron en silencio, cesando de reír ante las historias que estaban narrando.

―Sí ―accedió esta, levantándose de la mesa y cambiando su rostro a serio cuando vio a Zeon con esa expresión en la cara―. Usted dirá ―dijo una vez había cerrado la enorme puerta con detalles de cristal, que daba entrada al salón.

―Verás, han pasado unos días desde el ataque a tu casa ―empezó a decir Zeon, con tono prudente.

Bastó con mencionar la palabra «casa» para que Zella se tensara.

―Es algo que intento no recordar, todavía tengo dudas respecto a una cosa ―confesó ella haciendo tripas corazón y procurando no hablar con un hilo de voz―, respecto a muchas a decir verdad. Aunque solo una me importa ahora mismo.

―Quieres enterrar a tu familia ―acertó Zeon con voz respetuosa.

Caminaban por la mansión. Sus pasos resonaban por los suelos de mármol blanco.

―Es lo que ellos hubieran querido, pero me da miedo ir de nuevo ―se sinceró Zella, mirando hacia un punto fijo.

―Zella, ya no están allí, los Sarh se fueron.

―No me da miedo ir por los Sarh ―repuso la sílex―. Me da miedo verles las cara otra vez, ver sus...

«... cuerpos», terminó de explicarse Zella, en sus pensamientos.

―No tienes que ir, si no quieres. Victor Knight se ha encargado personalmente de la recuperación de tu familia. Eso era lo que deseaba contarte, que ya no es necesario que pases por ello.

―¿Por qué? ―exclamó Zella, con un deje recriminatorio―. ¡No tenía ningún derecho! Es mi familia, no la suya ―añadió.

―Lo hizo por ayudarte Zella ―procuró tranquilizarla Zeon―. Victor supuso que no era algo apto para...

―¡¿Qué?! ―le interrumpió ella―. ¿No era apto para niños? Yo hace mucho que dejé ser una niña, Zeon ―le aseguró Zella apretando los dientes.

―La masacre que se dio era mejor que no la vieses.

―Pero si yo ya la vi.

―No estoy hablando de tus padres, sino de tu hermana ―explicó Zeon, con dolor en sus palabras.

Zella palideció. No podía decir nada, se había quedado paralizada, como si no pudiera caminar más. Ante la incapacidad de decir o hacer algo, la joven cerró los ojos, mareada.

―La encontraron en la habitación de tus padres. Lo siento... ―continuó diciendo el hombre.

Zella cogió aire por la boca, como si se quedara sin él. Era una inspiración interrumpida por temblores, como si no controlase su respiración.

―¿Cómo?

―Es mejor que no sepas los detalles ―aconsejó el maestro, intentando evitar a toda costa la respuesta.

―¡Qué cómo la mataron! ―quiso saber Zella, evidentemente perdiendo los nervios.

―La torturaron ―le dijo Zeon con delicadeza pero tajante al mismo tiempo.

El maestro contemplaba a la desolada huérfana y se preguntaba si había hecho bien. Entendía el enfado de Zella, pero ella no conocía toda la historia.




Hace 26 años

RENACIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora