BRUJA MALVADA

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Andrea.

Recordar los viejos tiempos siempre sería algo divertido después de todo. Sofía, Mariel y yo, empezábamos a hacer vida separadas. A veces los recuerdos llegaban como la briza del mar y la nostalgia se iba con las olas. Extrañaba todo, las extrañaba a ellas. A veces despertaba anhelando las batallas por el baño, el plato del desayuno listo, escuchar a Mariel parlotear sobre su increíble novio, o a Sofía hablando acerca del hombre de la noche anterior. Ese tipo de cosas era lo que más extrañaba; las noches en vela con películas, salir de fiesta, platicar con ellas, abrazarlas. Sentirlas cerca. Extrañaba a Carlos también, por supuesto, pero él era más del tipo de hermano y sin importar lo que pasara, siempre podía acudir por su ayuda. Mariel era más bien como esa persona que llega a tu vida, te hace sonreír y luego toma su propio camino dejándote con un buen recuerdo.

Por otro lado, Sofía era del tipo de ser humano que uno no puede sólo dejar ir, porque siempre estará ahí. Al igual que Óscar, son almas a las que te aferras, que te sostienen con fuerza, con la única condición de que les ayudes también, así estarán contigo toda tu vida. Y Diego, era un hombre; un hombre con metas, con sueños, lleno de orgullo. Del tipo que enamora, pero que también puede romper tu corazón.

—Óscar, ¿sabes ya que voy a casarme?— estiré la mano presumiéndole mi anillo.

—Como doscientas veces, mujer. No has dejado de repetirlo.

Comprimió la envoltura de la hamburguesa y la tiró al contenedor de basura más cercano. Diego nos abrió la puerta del establecimiento de comida rápida.

—Y a todo esto, ¿cómo te fue con las chicas?— preguntó. Dio un sorbo al sobrante de mi bebida de limón.

—Bien. Ya sabes, lo mismo de siempre, todo se reduce a ridículos en vía pública. — Diego puso los ojos en blanco. — Mariel no dejó de hablar sobre su maravillosa propuesta de matrimonio y los planes que tenían para la boda.

Me puse de puntitas y lo besé en los labios. Óscar se cubrió la cara con el antebrazo.

—Chicos, procuren no besarse ni meterse mano durante la película. Me dan asco.

Soplé una risa. Abracé a Óscar por la cintura, mis manos se introdujeron en la tela, encontrando el calor de la piel desnuda de su espalda debajo de la camiseta. Él me abrazó por los hombros.

—Óscar, consíguete una novia.

Su cuerpo se tensó.

Besó mi cabello y a poyó su mejilla en mi sien.

—La chica que quiero parece ya estar ocupada.— respondió.

Diego palmeó de su brazo.

—Mala suerte, hermano.

Óscar me estrujó en sus brazos una vez más antes de soltarme y encaminarnos bajo el calor del brillante sol.

El sol de Abril en primavera siempre suele ser el más hermoso, es como las lunas de Octubre, iluminan con belleza y ponderación nuestros caminos. A veces me he puesto a pensar que soy como un sol, que todos somos el sol de nuestro propio sistema solar, y que las personas que son más cercanas a nosotros, son similares a los planetas. Es posible también que las experiencias vividas, los momentos compartidos, las alegrías y las tristezas, sean equivalentes a las estrellas del espacio.

Con nuestros dedos entrelazados, Diego y yo caminamos por la acera con Óscar siguiéndonos de cerca. El sol estaba esperando la hora para ocultarse, pero aún así seguía resplandeciente, igual que las risas de los niños que jugaban en el parque. La vida era sencilla después de todo.

Hasta Que El Sol Se CongeleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora