FUE UN PLACER CONOCERTE

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Andrea


¡Viernes!

—Buenos días. — Tarareando, di unas cuantas piruetas alrededor de la sala.

—Oye tú, señorita bailarina, ¿no vas a ir a la librería? Ya es tarde.

Mariel se veía un tanto sorprendida, pero Sofía salió en mi defensa.

—Déjala descansar— Abrió la nevera, sacó unas cuantas cosas y me arrojó una manzana, la cual no atrapé.

—Lo que pasa es que necesito su ayuda. — Me agaché a sacar la fruta roja que rodó debajo del sillón. — Esta noche tengo una cita y pues perdí la práctica, ya saben.

— ¿Una cita?— intercambiaron miradas

—Sí. — contesté con toda tranquilidad.

Caminé al lavadero para quitarle el rastro de pelusa, pero sin perderme la expresión de perplejidad que mis dos amigas tenían en sus rostros.

— ¿Con quién?—chilló Mariel

— ¿Recuerdan al chico que les mencioné?— di un mordisco a la fruta sin esperar a tragar para poder hablar.

— ¿El qué conociste en la librería?

—Sí.

—No lo puedo creer.

¿Por qué les sorprendía tanto que fuera a salir? En los últimos meses habían estado insistiendo tanto en que saliera con alguien que ya me tenían harta. Pero cuando finalmente tenía una cita, no podían creer que estuviera pasando.

—No sé, creo que me casaré con ese hombre. — Bromeé a medias.— Tendremos dos hijos: Adolfo y Eugenia. Viviremos en San Francisco y moriremos juntos.

Sofía resopló. —Si claro, y yo conoceré al amor de mi vida mañana en la mañana.

—Perfecto. — Mariel aplaudió y dio brinquitos como una niñita. — Pues manos a la obra.

Mis dos mejores amigas me miraron con diablura.

¡Oh, no! Esto sería catastrófico. Salir con ellas sólo podía significar una cosa: Desfile de modas. Miles de tiendas visitadas, y seguramente terminaría usando algo de mi armario o con la tarjeta de crédito destinada sólo para emergencias sobregirada. Aunque al final todo se redujo a tres horas desperdiciadas de recorrer el centro comercial, nueve tiendas visitadas y planes para manicura. Las chicas finalmente habían encontrado un lugar con ropa de nuestro agrado. Me había sentido un poco mal con las empleadas de los establecimientos anteriores, Mariel y Sofía prácticamente me obligaron a probar cada prenda del lugar pero al terminar, no comprábamos absolutamente nada. Me di cuenta también de que algunas empleadas nos miraban con enojo y murmuraron alguna que otra mala palabra.

Miraba los aparadores de accesorios cuando sentí la vibración a través de mi bolsillo.

Diego: Sé que has leído el expediente de mi amigo Óscar, mentirosilla.

Al principio no entendí de qué demonios Diego estaba hablando. Luego recordé aquella carpeta negra, sé que no debí abrirla y mucho menos fisgonear, pero me causó tanta curiosidad que tuve que leerla.

Aunque su acusación fuera verídica, no pensaba admitirlo.

Andy: ¡Claro que no! Un folder negro causa curiosidad, pero yo no ando husmeando en las cosas de los desconocidos. ¿Qué me ocultas? ¿Acaso tu amigo está siendo buscado por la policía?

— ¡Sofía, tardas mucho!

Mariel podía desesperarse con facilidad, y el hecho de que nuestra amiga llevara casi diez minutos en el probador, no era de mucha ayuda.

Hasta Que El Sol Se CongeleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora